Disfrutaba del morenazo que acababa de llamar a mi puerta con flores y cava y al que, por supuesto, dejé pasar. Vibraba en sus brazos, presa de una borrachera de excitación, cuando el maldito timbrazo me arrebató de sus labios y de su cuerpo. Desperté con la lengua pastosa y el corazón palpitante. Alguien tenía pegado el dedo al timbre de la puerta. Obnubilada, me encaminé por el largo pasillo como si flotara en una algodonosa nube, para abrirle de nuevo a mi chico y comenzar el sueño desde el principio. Unos ensordecedores golpes aporreando la puerta me devolvieron, definitivamente, a la anodina realidad. Me ajusté la bata y abrí.
—¡Coño, Berta! Llevo una hora tocando el timbre.
El que tan amablemente me gritaba era Cándido, mi vecino de abajo. Su cabeza pelona brillaba a la luz de la bombilla del recibidor. Vestía, como siempre, un chándal; el único atuendo donde entraba con facilidad su obeso cuerpo.
—Perdona, no te oí. Me dormí en el sofá —murmuré.
—Vamos al baño —dijo entrando y echándome a un lado—. Tengo una mancha de humedad enorme en el techo del mío.
—¿Humedad?
Confundida le seguí sin dejar de pensar en mi perdido adonis.
—¿Cómo no te has dado cuenta? Debe ser algo de tus tuberías. Tienes que llamar a un fontanero.
—¿Un sábado por la tarde? Imposible. Seguro que es una manchita de nada que puede esperar al lunes.
—¡Joder, Berta! Era una manchita ayer, cuando subí y no estabas. Era un poco más grande esta mañana, cuando otra vez subí y tampoco abriste…
—Es que he comido fuera —dije justificándome.
—Y ahora ocupa todo el techo. ¡Te enteras! —me gritó—. Y teniendo en cuenta que es de escayola, en cualquier momento puede venirse abajo.
Le visualicé. Por un instante me lo imaginé sentado en el water con el pantalón en los pies y el techo encima de su cabeza.
—¡Qué exagerado! —dije disimulando la sonrisa bobalicona que me produjo aquella visión.
—¿Exagerado? Si tú la tuvieras, no opinarías lo mismo. De manera que ya puedes llamar a un fontanero.
¡Vaya, mierda de fin de semana! Ni me comí una rosca y encima ¿dónde busco a un artista de esos a estas horas? —pensé.
—No te preocupes que yo tengo una lista con teléfonos de urgencia —me dijo tranquilizándome.
Me sentía como si fuera la protagonista de una película de Almodovar. La bata de lana, las zapatillas de paño a cuadros, el vecino en chándal…sólo me faltaba los rulos en la cabeza y la Penélope dando voces a mi lado.
Respiré hondo y salí del baño.
—Vamos a por ese teléfono —dije resignada.
Dos horas después un joven, de pelo largo y pendiente en la oreja izquierda, llamaba a mi puerta. Daban las diez de la noche.
—Gracias por venir.
—De gracias, nada. Esto le va a costar un pastón.
—No me asuste —dije bromeando mientras el estómago se me encogía.
—A nadie se le ocurre llamar a un fontanero un sábado por la noche.
—Mi vecino de abajo insistió. Tiene una mancha muy grande en el techo del baño.
—¡Uf! Mal asunto.
—Desde luego, no se puede decir que usted sea la alegría de la huerta —comenté.
—Bajo a ver la mancha y subo —respondió seco.
Cerré y respiré hondo. Menuda papeleta para concluir el día. No sabía si reír o llorar. Ni siquiera me había sentado cuando escuche que llamaba a la puerta.
—Señora, está muy claro. Hay algo roto que da agua a su vecino.
—¡Vaya! Ni lo sospechaba —dije con ironía.
—No hay que ser muy listo para darse cuenta —rió—. Voy a ver si descubro donde está la fuga.
En el baño, repasó los grifos, las tomas de agua y los desagües.
—Por el sitio, debe de ser la bañera la que da problemas. Le voy a sellar con silicona el borde por si fuera eso y el lunes si no se ha solucionado descubriremos por casa de su vecino a ver si damos con la avería.
Cinco minutos después.
—Me deja que me siente, le voy a echar la cuenta.
—Por supuesto, pase al salón.
—¡Ea! Ya está. Aquí tiene todo desglosado —dijo alargándome un recibo—. En total son doscientos euros. Cincuenta del desplazamiento de urgencia, cincuenta de los materiales y cien de una hora de trabajo. Lo normal son veinte euros pero como es…
—Sábado por la noche —le interrumpí.
—Exacto, señora.
—Vamos a ver —dije muy enfadada—. ¿Una hora? Si ha llegado hace veinte minutos, por reloj.
—Tarifamos por horas, debía de saberlo. Ya le avisé de que le iba a costar un dineral. Si no le importa, págueme que tengo prisa. Voy a recoger a mi novia para ir al cine.
Aquel imberbe me estaba vacilando. Me iba a desplumar y además su insolencia me ponía de los nervios.
Miré el reloj, quedaban treinta minutos para completar la hora. Me levanté, fui hasta el revistero. Cogí las últimas revistas que había comprado y se las puse delante. Encendí la televisión y le pregunté qué quería ver. Ante su asombro, le explique que faltaba media hora para completar la hora que tenía que abonarle, de manera que podía hacer lo que prefiriera leer o ver la televisión. Su cara enrojeció, frunció el entrecejo y frotó sus manos con impaciencia. Al poco, se relajó y esbozó una sonrisa que terminó en una carcajada, que no secundé dada mi indignación.
—Ponga el futbol, señora, que voy llamando a mi novia. ¡Vaya! Quién me iba a decir que iba a dar con una cachonda…¡ja,ja,ja! ¿Me podría traer una cervecita con unas patatas fritas?