Ejemplar de Astraea rugosa con la orejita de mar publicado en alboranshells.com
Nunca había oído que las orejas trajeran suerte. De hecho, de ser así, todos los humanos vendríamos desde nuestro nacimiento con doble suerte y, desde luego, ese aserto no se cumple o por lo menos pocas veces.
Estaba en la orilla del mar, tendría unos siete u ocho años y estaba atenta a unas señoras que no hacían nada más que mirar el ir y venir del agua mientras hablaban de las orejas.
En un momento, mi curiosidad creció tanto que se convirtió en en una necesidad imperiosa de saber y que no podía parar. Vencí mi timidez y me acerque a ellas. Les pregunté por qué hablaban tanto de la orejas mientras miraban hacia abajo cuando todos tenemos las orejas a los lados de la cara; o sea, que con mirar de frente tenían bastante.
Muy sorprendidas ante lo que les decía, se echaron a reír con ganas y yo pensé que ojalá me tragara la tierra, la arena, o lo que fuera. Para qué tendría que haberme metido en nada.
Una de ellas que me vio muy azorada, se me acercó, me abrió el puño que mantenía cerrado y me enseñó lo más bonito que había visto en mi vida.
—Esto, pequeña, es una orejita de mar aunque en otros lugares le llaman ojo de Santa Lucia. Por aquí, les decimos habitas.
Lo que me enseñaba era una preciosidad; por supuesto, no era una oreja de carne y hueso, si no una conchita de color anaranjado y con forma de orejita. Al verla comprendí que las buscaran con tanto interés.
—Encontrar una habita —continuó la señora—, trae mucha suerte. Si encuentras una, tenla siempre a tu lado porque así no necesitarás nada. La gente las usa también para hacerse joyas: pensientes, sortijas, de amuletoo... Además, proteje del mal de ojo.
Yo no sabía que era eso del mal de ojo, pero me gustaría tener unas de esas habitas u orejitas para que me protegiese de lo que fuera y si además era bonita podría hacerme un colgante.
Busqué con ahínco hasta que dí con mi primera habíta. Cerré la mano con fuerza para que no se escapara en la búsqueda de más piezas y cuando terminamos, la otra señora me confesó que ella siempre la guardaba en el monedero porque andaba mal del dinero.
Yo, que ya penaba de amor, por no haber sido la elegida del chico de la pandilla que me gustaba, decidí llevarla muy cerca del corazón; a lo mejor, de esa manera no se resquebrajaba tanto y la tranqilidad y la dulzura volvia a a mi vida.
Desde entonces se ha convertdio en una tradición buscar la orejta nada más llegar a la playa. Forman parte de mi vida, las tengo por todos los sitios y lugares más insospechados y las llevo siempre conmigo.
Este año vine decidida a encontrar mis habitas del año que paliaran en parte todo lo que llevamos sufrido y lo que nos queda. Sin embargo, aún no he encontrado ninguna y no hago más que dar vueltas a ese asunto.
Puede que la naturaleza esté tan enfadada con nosotros que ni siquiera nos ofrezca este medio de consuelo supersticioso que nos alivie. Las orejitas han desaparecido y la magia con ellas. ¿Y qué es un mundo sin magia? Una cruda y dura realidad.
No desespero y como aún me quedan días, seguiré en la orilla, donde termina la ola, mirando hacia abajo entre las piedrecitas hasta que vea su color carterístico. Claro que esta vez tendrá que ser con la mascarilla puesta. Cosas de la nueva normalidad.
*la orejita es el opérculo que tapa la concha y que se desprende cuando muere o cuando se hace grande.