Como cada viernes, doña Juani, la seño, nos ha mandado de tarea que hagamos una redacción. Las odio. Les tengo una manía gordísima. No me gustan nada las clases de lengua, prefiero las de historia, son mucho más divertidas. Esta vez nos ha dicho que la hagamos sobre “costumbres” y la verdad, no sé por dónde empezar porque no sé muy bien lo que significa esa palabra. Le he preguntado a mamá y me ha dicho que se trata de contar algo que haga habitualmente. Menudo lío, porque tampoco sé qué significa eso, pero como ya he preguntado mucho y mi madre cuando se cansa me pega un bufido, he decidido darle vueltas a la cabeza y esperar a que me ilumine el Espíritu Santo, que según mi abuela siempre acude a echarnos una mano, sobre todo en los exámenes y ella le ayuda poniendo lamparillas por toda la casa.
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12 de Marzo de 1965
COSTUMBRES
En mi casa, el domingo es un día de costumbres.
Por la mañana, muy temprano, me despierta mi madre y me viste con el traje de los domingos y sin desayunar, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia, vamos hasta la iglesia para oir la misa de las ocho. No me puedo olvidar el velo para ponérmelo encima de la cabeza ni el misal que me regalarón en mi Primera Comunión. La misa se me hace muy larga, sobre todo cuando el cura habla, pero tengo que tener cuidado de no bostezar porque si no mis padres me miran con cara de pocos amigos y mi abuela, ni te cuento. Después de comulgar, mi estómago siempre empieza a protestar y mis tripas comienzan a sonar a la vez que el cura dice: “Podéis ir en paz”.
A continuación, viene lo mejor. Nos paramos a comprar geringos en el puesto de María, una señora muy pequeñita y gruesa que lleva un delantal blanco sin machas. Con un artilugio que se pone bajo el brazo, echa la masa en el aceite para hacer las ruedas de geringos. Nos los da ensartados en un junco y están riquísimos.
Luego me quedo en la calle con mis amigas y lo pasamos muy bien jugando a pillar, a policía y ladrón, a la tanga y también saltando a la comba y a la goma.
Como es domingo, siempre comemos arroz con pollo. A mí no me hace mucho tilín, sobre todo el muslo, que cuando le quitas la carne del hueso está como ensangrentada. Encima no puedo ni protestar porque enseguida me dicen que debo dar gracias a Dios por poder comer, que hay muchos chinitos y negritos en el mundo que no tienen nada que llevarse a la boca. Yo, a esos niños de otros paises, los conozco por las huchas que las monjas nos dan el día de Domund para que pidamos limosna por ellos. Siempre me toca el chinito, con su bonito y brillante sombrero amarillo y cuando me lo imagino muerto de hambre me da mucha pena. Ahora se por qué siempre tiene esa cara tan seria.
Por la tarde mi padre se va al
futbol y yo espero ansiosa a que regrese. Me siento en el escalón del portal y
cuando lo veo torcer la esquina miro sus manos. Si de ellas cuelga un
paquetito, es que su equipo ha ganado y entonces podremos saborear las
milhojas, los bizcochos borrachos o los cortadillos de
cabello de ángel que ha comprado en la pastelería. Si viene con las manos en los bolsillos y la cara
enfurruñada, es que ha perdido su equipo. Nos quedamos sin pasteles
Así son mis domingos y como el hombre es un animal de costumbres, según dice mi madre, ya me puedo ir acostumbrando, porque me esperan muchos domingos como este.
FIN
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