Casi todas las mañanas, desde que estoy de vacaciones, salgo a caminar temprano. Bueno, tampoco es que sea muy madrugadora pero a las ocho suelo estar en el paseo marítimo. Día tras día contemplo como los caminantes aumentan, unos en dirección al Castillo otros en dirección a Carvajal. Más o menos a medio camino, se sitúa el Puerto de Fuengirola, zona clásica donde la juventud pasa sus noches bebiendo, por supuesto. Día tras día me topo con jóvenes de ambos sexos, de entre 20 y 30 años, que se cruzan con los caminantes dando tumbos entre risas y bromas, para disimular su lamentable estado. Algunos, impedidos para caminar, retozan en la arena o en los bancos a la espera de que el alcohol que corre por sus venas sea metilado por su hígado y poco a poco vuelvan a el estado de vigila. Día tras día me pregunto por qué. Qué necesidad les impulsa a llegar a ese lamentable estado, en el que pierden la conciencia de la realidad, de sus actos y como no, de sus comportamiento