Nerviosa sonrisa, inquietud en la tripa, ojo avizor... el niño espera; ésta es la tragedia de la marioneta . La puerta de la calle se abre y papá aparece. Viene a recogerlo, es su día. Un día más, de una semana más, de un mes más, de un año más, desde que se separaron. Cruzan unas palabras. Por ahora no hay peligro, el tono de voz es normal; un saludo insustancial reflejo de los alejados que están el uno del otro. El niño confía, se tranquiliza, dispuesto a disfrutar del padre, al que tanto echa de menos, cuando escucha como un rugir siniestro la consabida letanía de insultos de su madre: Lo mal que va el niño en el colegio por culpa de la poca atención que le dispensas. Ultimamente está muy raro, no quiere salir a la calle, ni jugar al fútbol. Está muy respondón, me contesta a todo de malas maneras. A saber lo que le dirás de mí cuando estáis a solas. Lo consientes demasiado y se está convirtiendo en un niño mimado, insoportable y yo aguantándolo todo el día... El n