Personal training
La báscula
no engaña, cinco kilos más que la última vez y eso que me he pesado desnuda
—dijo Berta en voz alta muy cabreada.
Mañana comienzo con la dieta, otra vez, a mi
edad no me puedo permitir coger ni un kilo más, si no el médico me dirá que las
rodillas no me aguantarán, que me va a subir el colesterol, el del malo, por
supuesto y como no, el azúcar… pensó mientras se embutía en una camisa que le hacía una chorrera por cada
michelin y en el pantalón, más ancho que tenía, y por ello el más cómodo por ahora.
Camino del
trabajo seguía erre que erre con los cinco kilos por más que
su compañera Marta intentaba quitarle importancia.
—Me voy a
buscar un gimnasio —dijo Berta de pronto.
—¿Tú crees
que estás para esos trotes?
—Desde
luego, hija, que desagradable eres. ¿Qué tengo yo que no tengan esas que se
pasan el día haciendo deporte subidas en las máquinas o bailando sobre un cajón?
—Step.
—Stepe,
¿Eso qué es?
—Así se llama
la plataforma antideslizante sobre la que uno se sube y se baja. Es una palabra
inglesa y se traduce por escalón.
—Que repipi
eres, Marta. Bueno pues tendré que hacer eso o cualquier otro deporte
porque con dieta sólo no volveré a mi peso.
—Han
inaugurado un gym nuevo y dicen que está genial.
—Dame la
dirección que me voy a llegar en la media hora del café.
Cogió un
taxi que le llevó hasta la misma puerta del gimnasio. Quedó deslumbrada por el
edificio. Una amable señorita le paseó por las instalaciones y le explicó con
detalle todo a lo que tenía acceso por una modesta cuota de 100 euros al mes.
Berta la miraba desconcertada porque no entendía la jerga que utilizaba: fitball, Tai-Chi, streching, zumba. corebar... con las que nombraba las clases de las que disponían, pero sí entendió perfectamente el precio.
Mentalmente echó cuentas y se lamentó de que justo ahora, el gobierno hubiera
decidido bajarle un cinco por ciento el sueldo, pues con ello habría podido
hacer frente al pago, pero…
—No se lo
piense —le dijo la señorita leyéndole el pensamiento—. Es una ganga.
—Bueno, eso
de que es una ganga —repitió con ligera sorna.
—Claro que
sí. Mire, usted tiene una edad…
—¡Vaya con
la edad! Hoy a todos les ha dado por llamarme vieja.
—Perdone
señora, le decía que tiene una edad en la que no puede arriesgarse a hacer
ejercicios bruscos que puedan dañarla.
—¡Ah! Eso
es otra cosa. Es verdad, lleva toda la razón, pero es que me tienen una liada
con la edad.
Rieron.
—Pues eso,
que ahí es donde está la ganga; porque en el precio se incluye un personal training.
—¿Un qué?
—preguntó asustada.
—Un personal training o un entrenador
personal, en español, le indicará lo que debe hacer en cada momento vigilando
que lo realice bien y no se lesione. Mire allí, al fondo de la sala, hay
un señor con Enrique, uno de nuestros entrenadores.
—Berta,
entrecerró los ojos para ver mejor, porque la coquetería le impedía llevar
gafas para corregir su miopía, y entrevió a un anciano de pelo blanco y bigote
del mismo color con un Adonis a su lado.
Aquella
visión fue suficiente para que se decidiera. Se despidió de la joven tras abonar tres mensualidades por adelantado y haber reservado una cita con Enrique, el
entrenador personal, para esa misma tarde. Cuando regresaba al trabajo pensó que dieta
y deporte con aquel chico, era la mejor opción. Todo iría de maravilla.
A las cinco
de la tarde rebasaba nerviosa el umbral de la puerta de entrada. Otra chica,
aún más joven, la recibió. Ella, orgullosa, enseñó el carnet y fue directa a
los vestuarios. Se había comprado un conjunto azul celeste que la dependiente dijo que era una monería.
—Señora, su
entrenador la espera —le gritó la joven desde la puerta.
Berta se apresuró,
no quería hacerle esperar. Se atusó el pelo y se puso glos en los labios. El
deporte no estaba reñido con el glamour, se dijo.
Salió sonriente y seductora.
—Hola,
Berta. Soy Enrique —dijo el señor anciano de pelo blanco y bigote del mismo
color adelantando la mano para estrechársela.
Reedición corregida.
© María José Moreno, 2014
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