jueves, 23 de julio de 2020

Este jueves un relato: En un lugar recóndito


 

Llevaban treinta años sin saber el uno del otro. Cuando rompieron su noviazgo, por culpa de la lucha infernal que mantenían sus dos familias, cada uno se fue por su lado.

El reencuentro tuvo lugar en el velatorio de la madre de Carmen, la última en morir. Fernando consideró que era una buena oportunidad para acercarse a ella y la aprovechó. Un matrimonio desecho, un hijo que se había puesto del lado de la madre y un trabajo inexistente lo envalentonaron lo suficiente para llevarlo a cabo.

Carmen se alegró mucho al verlo, aunque lo notó cambiado; pensó si será debido al paso de los años que estropea los cuerpos, llena de arrugas los rostros y encanece el pelo. 

Él le explicó las cuitas de su vida y ella le contó que se había quedado soltera y en casa para cuidar de sus padres.

 Copa tras copa sus lenguas se desataron rememorando una adolescencia idolatrada porque fue cercenada, impidiendo que su amor se desarrollara tal y como habían fantaseado. 

Carmen lo llevó hasta aquel recóndito lugar en el que se escondían de los demás. Aún estaban las sillas de plástico en las que se sentaban a imaginar cómo sería su futuro. El bosque se detuvo cuando los sintió allí. Nada se escuchaba, solo sus corazones acelerados a pesar de los años transcurridos.

-Carmen, quiero enseñarte algo.

Ella, expectante, lo vio sacar de la cartera el DNI. Se lo enseñó. 

-Pero, ¿qué es esto?, aquí pone Penélope Ruíz García.

-Esa soy yo ahora. No quería presentarme como “ella” en el funeral de tu madre pero sí que tú lo supieras. Por esto dejé a mi esposa y perdí a mi hijo. 

-Y qué quieres que haga yo. 

-Yo te amo. Nunca te he olvidado.

-Ni yo a ti, Fernando.

-¿Entonces?

-Esto es muy fuerte, complicado, tendríamos que huir. Aunque ahora ya no tengo nada que me ate aquí, nunca te aceptarían y... dime, te has operado. 

-Aún no. Quiero estar muy seguro antes, luego no se puede echar marcha atrás. No sé. Nuestro amor era verdadero, Carmen, fueron ellos los que no nos permitieron ser felices y no creo que importe qué sea yo ahora para que se nos devuelva el tiempo pasado.

-Son muchos años y qué quieres que te diga, Fernando, importa, claro qué importa, lo de llamarte Penélope lo veo difícil, pero si dices que aún no te has operado... 

Entrelazaron sus manos. Callados, miraban el bosque y reflexionaban. Fernando sobre su buena suerte de encontrar a  Carmen, estaba seguro de que lo apoyaría en todo, y Carmen sobre el modo de convencerlo para que no se operara. De ninguna manera quería una Penélope sino un pene, el suyo, el de Fernando, que tantos años había anhelado y por nada del mundo lo volvería a perder.

Más relatos en el blog de Inma 

sábado, 18 de julio de 2020

El origen de Aquella vez en Berlín






En casi todas las entrevistas o encuentros que tengo con los lectores me preguntan sobre el origen de Aquella vez en Berlín. He pensado que esta carta que escribí en febrero de 2020 dirigida  a los lectores que iban a recibir la novela en sus casas enviada desde la editorial podría arrojar luz sobre el largo proceso que conlleva la gestación de una novela, sea cual sea, y cómo muchas veces se alimenta de conexiones significativas mediante las que se va forjando la trama. Así fue para esta novela. Espero que si la has leído te ayude a comprender mi intención cuando la escribí y si aún no lo has hecho te decidas a leerla y a formar parte de este universo de relaciones.

 

 

 

Córdoba, 10 de febrero de 2020

 

Querido/a lector/a:

¿Has sentido alguna vez, al leer un libro, que este ha dado respuestas a cuestio­nes que llevabas tiempo planteándote? ¿Alguna vez has pensado en alguien y de pronto has recibido una llamada o un mensaje de esa persona? ¿Cuántas veces has visto o ha sucedido algo en tu entorno y has sentido que era una señal para ti?

Eso nos sucede a todos a menudo, seamos conscientes o no, y solemos llamarlo «casualidad». Pero no es así. Se trata de un fenómeno enigmático y sorprendente, lo que C. Jung llamó «sincronicidad» y que sustenta la trama de la novela que acabas de recibir.

Hace casi ocho años comenzaron a producirse una serie de coincidencias que desembocaron en lo que hoy es Aquella vez en Berlín. Es la intrahistoria de esta novela; algo que solo yo sé y que, al compartirla contigo, te hago cómplice de esta red de conexiones.

En el año 2012 viajé a Londres, donde mi hija hacía una estancia como médico residente. En uno de sus parques, Prinrose Hill, me llamó la atención que en algunos bancos de madera había colocadas unas placas con mensajes personales grabados sobre el metal. Casi se convirtió en una obsesión, ir buscando esas placas en cada uno de los bancos de la ciudad. De todas ellas, la que más me llegó fue la de un hombre que declaraba su amor eterno a su esposa, que había fallecido muchos años antes, demasiado joven. Por supuesto, visitamos la Casa Museo de Freud, y no pude dejar de hacer fotos mentales de la bonita casa de apariencia victoriana de la acera de enfrente.

Ya en Córdoba, y con el mensaje de la placa todavía en mi cabeza, escribí un microrrelato en el que me centré en lo que le podía haber sucedido a ese hombre, al que llamé Richard, tras la muerte de su esposa. Fueron veinte líneas en las que trazaba un encuentro con otra mujer, Marie, a la que esperaba ansioso en una habitación de hotel. Y ahí quedó. Durante los siguientes años me dediqué a escribir sobre el mal, embarcada en mi trilogía, y sin volver a pensar en nada de todo esto.

Cuatro años más tarde, en junio de 2016, abrí, como todas las mañanas, el e-mail que me envía Amazon ofreciéndome libros y me encontré con uno titulado Solos en Londres, de un autor que no conocía. Inexplicablemente para mí, en lugar de enviarlo a la papelera, leí la sinopsis y, sin saber por qué, me sentí atraída por algo de lo que nunca había oído hablar: la Generación Windrush. Leí ese libro y me documenté tanto como pude sobre los caribeños que llegaron al Reino Unido para reconstruirlo tras la Segunda Guerra Mundial y, conforme avanzaba, iba perfilando el personaje de Thomas. Así, la trama de Aquella vez en Berlín empezó a cobrar forma, tejiéndose en torno a una invisible red de relaciones entre los distintos protagonistas, entre el presente y el pasado, rescatados mediante flashbacks para poder llegar a conocerlos a fondo. En agosto me fui de vacaciones, con la estructura de la novela más o menos terminada y deseando ponerme a escribir. Una tarde, al salir de la playa, me fijé en el cartel de un bar que debía haber visto cientos de veces, pero que aquel día parecía que estaba allí para mí, The hole in the wall. Mi mente lo relacionó rápidamente con algo que me acababan de contar y de ahí surgió Lisa y su historia. Cuando al fin me puse a trabajar en la novela, no podía creer que todo fuera producto de la casualidad. Porque no lo era. No podía serlo.

Estos cuatro personajes, Richard, Marie, Thomas y Lisa, que llevaban conmigo casi cinco años, sus recuerdos, sus emociones, sus secretos, sus mentiras, sus pasiones desbordantes y silenciadas, todo lo bueno y lo malo de sus vidas empezaba a tomar forma y se entrelazaba con las señales que me había ido encontrando en lugares tan distantes y de formas tan pretendidamente aleatorias, dando sustento a Aquella vez en Berlín. Años de esfuerzo hasta conseguir lo que ahora tienes entre tus manos: una novela intimista, desgarradora en algunos momentos, pero entrañable y que espero que te llegue al alma y el corazón, porque de ahí es de dónde ha surgido.

Y así, mi querido lector, se gestó esta novela, producto de la simultaneidad de unos sucesos vinculados que solo tenían sentido para mí. Y que espero que, de algún modo, también lo tengan para ti. Que algo de ellos resuene en tu alma porque, al fin y al cabo, eso es que lo daría sentido a mi escritura.

Las casualidades no existen. Que tú decidieras hacer los clics necesarios para recibir la novela, y que ahora estés leyendo esta carta tampoco lo es. Estaba predestinado que tú y yo nos encontráramos con un propósito común y eso solo puede ser el fruto de la sincronicidad. ;)

Un saludo muy afectuoso y sigue atento a las señales.

María José Moreno

 

PD: Quizá la sincronicidad siga jugando con nosotros y nuestra próxima conexión sea en persona y para dedicarte esta novela.

 

jueves, 16 de julio de 2020

miércoles, 15 de julio de 2020

Internet

                                                                        Thanks to Markus Spiske for sharing their work on Unsplash.

Un impulso lo levantó del asiento mientras veía en la televisión un episodio de la serie CSI (Crime Scene Investigation). Al fin se había iluminado.

—¿Dónde vas? —le preguntó su mujer, sorprendida.

—Al despacho. Había olvidado que debía comprobar unos datos que necesito para la reunión de mañana.

La mujer, medio adormilada en el sillón, le recriminó lo enganchado que estaba al trabajo mientras Alejandro abandonaba la habitación.

Se sentó, abrió el ordenador, entró en el buscador de Google y escribió: «Tiendas de espías». Al instante, salieron cientos de enlaces. Entró en el primero que apareció: tiendadeespias.com. Boquiabierto repasó la cantidad de artilugios que ofrecían. Con curiosidad entró en algunos de ellos para ver qué eran capaces de realizar hasta que dio con el que buscaba. Ese aparato desmontaría lo que sospechaba desde hacia tiempo. Por tan solo 40,25€, oferta de lanzamiento, podía hacerse con un SemenSPY Deluxe. Según rezaba entre sus características era el mejor método para localizar o discriminar manchas sospechosas (de semen) que de otro modo podrían ser invisibles a simple vista.

Sin pensárselo, pulsó comprar y respiró hondo. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro. «Por fin la voy a pillar», se dijo.

—Hola cariño, aprovecho que mi marido se ha ido al despacho para desearte buenas noches —dijo Mayte entre susurros—. Hoy lo he pasado muy bien contigo, ha sido maravilloso. ¿Sabes?, después de irte me quedé un rato en la cama, las sábanas olían a ti. 

—¡¡Ya he terminado!! —exclamó Alejandro muy ufano desde el pasillo mientras regresaba al salón.

Mayte, sorprendida de que regresara tan pronto, musitó un rápido:

—Te dejo Macarena, que ya viene. Un besito con lengua. Chao.

domingo, 12 de julio de 2020

Este jueves un relato: Internet




Thanks to Markus Spiske for sharing their work on Unsplash.

El próximo jueves 16 de julio nos encontraremos, de nuevo, en mi blog. Otra oportunidad de acogeros en mi casa y espero que esta vez, como la anterior, disfrutéis del tema propuesto.
Después de mucho pensar, decidí que los relatos de este jueves deberían tratar  sobre INTERNET.
Internet es la red de comunicación que nos ha permitido gracias a su tecnología, desde hace más de 11 años, que escritores de diferentes nacionalidades nos reunamos para escribir sobre un tema común y mostrarlo a los demás; primero, como los sábados literarios de Mercedes y, luego, transformado en los jueves de Tésalo y su deriva, la que que tenemos en la actualidad.
Internet es un pozo sin fondo. Nos permite saber, conocer, investigar... y, como no, relacionarnos de manera virtual.
Por eso escribiremos de cualquier anécdota, curiosidad, conocimiento, publicación, búsqueda, promoción, los peligros, nuevas parejas, mundos distópicos, la darknet..., o cualquier otro aspecto que se os ocurra o las Musas os inspiren en torno a este mundo nuevo de comunicación que hemos tenido la suerte o la desgracia de conocer ;-)
Como ya sabéis, intentad ajustaros a  350 palabras y dejad vuestro link a partir de la noche del miércoles 15 hasta el viernes 17 para que os enlace.
¡Os espero!

jueves, 9 de julio de 2020

Este jueves un relato: El camino




Cae la tarde. Sam se frota los ojos, fatigados por la conducción, con las manos frías. Resopla con fuerza. A lo lejos distingue las tibias luces de neón y coge el camino de la derecha que le lleva hasta el motel. Aparca, apaga la radio y sale. El frío arrecia y la lluvia empieza a cuajar en diminutos copos que se funden en su chaqueta. Coge la maleta y se dirige a la recepción donde un hombre, poco hablador, le entrega una llave. Con andar cansado se dirige a la 22. La oxidada cerradura se le resiste. Sam se frota las manos con energía para que entren en calor e insiste. Al fin, logra abrir la puerta de la deprimente habitación. No es la primera vez que se aloja en allí y conoce lo que le espera al encender la luz: una vieja cama cubierta por una desgastada colcha de irreconocible color de tantos lavados, un estrecho baño, un viejo televisor, una mesa y una silla. Suspira. ¿Cuánto tiempo podrá resistir aquel trabajo, aquella vida errante de viajante? Él no está hecho para ir de un lado a otro como una hoja a merced del viento. Cada día en una ciudad distinta y tan sólo el fin de semana en casa. Deja la maleta en el suelo, se quita el sombrero y mira el reloj, aún tiene media hora antes de su cita. Se deja caer en la cama, cierra los ojos y justo antes de dormirse piensa que debería quitarse la chaqueta. Cuando despierta han trascurrido tres horas. Abandona la habitación y corriendo se dirige al bar. Nadie lo espera. Ha perdido otro cliente. Se acerca a la barra y pide un whisky y luego otro y otro... Casi no se tiene en pie cuando se marcha. En la calle, Sam se sube el cuello de la arrugada chaqueta, mete las manos en los bolsillos y se pierde por el camino en la noche nevada. No puede con su alma. Sus fatigadas huellas dejan un sucio rastro; único y mudo testigo de su total desesperación.


Más relatos en el blog de Miryam

domingo, 5 de julio de 2020

Cierre del jueves





No hemos sido muchos los participantes en este jueves, pero vuestras aportaciones han sido maravillosas.
Cada uno ha mostrado una escalera distinta en la que suceden acontecimientos distintos,  bajo el amparo de unos escalones que nos llevan haccia arriba, hacia abajo o que nos hacen detenernos. La escalera es parte de nuestra vida y de nuestra existencia y en ella se fraguan amores, anhelos, muertes e historias para vencer los miedos.
De esta manera, despedimos este jueves y damos la bienvenida al siguiente que será en el blog de: Myriam

jueves, 2 de julio de 2020

La escalera



Puri miró el reloj de la cocina y cogió la sopera. Nada más entrar en el comedor la recibió la grave voz de su marido.

—¿Este hijo tuyo no sabe que se cena a las diez?

—Como no lo va a saber, si se lo has repetido cientos de veces. Le habrá surgido algo. No creo que sea para enfadarse. Ya tiene dieciséis años.

—¡¿Cómo que no?! —gritó Arsenio, dando un puñetazo en la mesa.

Puri no replicó y comenzó a servir la sopa. Era lo mejor. Lo había descubierto con el paso del tiempo. En cuanto comenzara a comer se calmaría.

Rosa, la hija de 13 años, asistía inquieta al espectáculo mientras sorbía la sopa.

—No entiendo por qué este hijo tuyo me desafía —seguía refunfuñando Arsenio.

Puri bajo la mirada al plato.

—Antonio ha quedado en la escalera con la vecina del segundo —dijo Rosa, con idea de que el padre se callara de una vez—. Los escuché esta tarde mientras hablaban por el patio.

—¿Con Pilarito? ¿Pero si esa cría no tiene más de 14 años y aún lleva calcetines? Bueno..., esa edad tenías tú cuando nos hicimos novios. ¿Te acuerdas, Puri?

Puri, con el corazón palpitando como un loco, esbozó una falsa sonrisa.

Arsenio se levantó, fue hacia la puerta, la abrió, encendió la luz de la escalera, se asomó por la barandilla y miró. Solo acertó a ver unos pies enfundados en unos zapatos negros y unos calcetines blancos que se movían juguetones.

Entró en casa y se sentó a la mesa contento.

—Están pelando la pava —dijo, muy ufano.

Antonio al escuchar ruido salió del hueco de la escalera. No podía tardar en subir o su padre se plantaría allí.

—¡Por favor, un último beso!

Con un beso tierno se despidieron. 

—¿Nos vemos mañanas?

Yo te aviso. No me fio de mi padre —dijo, con la voz entrecortada—. Hacemos lo de siempre.

La joven y Antonio iniciaron el ascenso. Cuando llegaron al segundo piso, Antonio sacó un billete y se lo dio.

—No sabes lo agradecido que te estoy. Sin ti, nada de esto seria posible.

—Antonio, te van a pillar. Es mejor que lo cuentes. Ya sé que tu padre es un intransigente, pero no tienes otra manera de salir de esta prisión.

El joven la besó en la frente y continuó subiendo. Se escuchó el crujido de la puerta de la calle al abrirse y poco después un portazo.

Antonio se detuvo delante de su piso. No podía quitarse de la cabeza los ojos de Luis, sus labios, la suavidad de su pelo, su piel... Abrió la puerta y entró. Al instante, desde el comedor escuchó a su padre gritar:

—¡¡Vaya, por fin el machote de la casa se ha dignado a llegar!!

Antonio cerró los ojos, contuvo el aliento y notó que se le revolvía el estómago. No sabía cuanto tiempo podría aguantar. Suspiró y desde la misma puerta, respondió:

—Sí, ya ha llegado.





Este jueves un relato: La escalera



Este jueves suben y bajan la escalera los siguientes blogs:













FELIZ AÑO 2024

  7 meses sin escribir en el blog y vuelvo como en años anteriores con deseos de compartir que esta comunicación ocasional no se termine. Ha...