El reencuentro tuvo lugar en el velatorio de la madre de Carmen, la última en morir. Fernando consideró que era una buena oportunidad para acercarse a ella y la aprovechó. Un matrimonio desecho, un hijo que se había puesto del lado de la madre y un trabajo inexistente lo envalentonaron lo suficiente para llevarlo a cabo.
Carmen se alegró mucho al verlo, aunque lo notó cambiado; pensó si será debido al paso de los años que estropea los cuerpos, llena de arrugas los rostros y encanece el pelo.
Él le explicó las cuitas de su vida y ella le contó que se había quedado soltera y en casa para cuidar de sus padres.
Copa tras copa sus lenguas se desataron rememorando una adolescencia idolatrada porque fue cercenada, impidiendo que su amor se desarrollara tal y como habían fantaseado.
Carmen lo llevó hasta aquel recóndito lugar en el que se escondían de los demás. Aún estaban las sillas de plástico en las que se sentaban a imaginar cómo sería su futuro. El bosque se detuvo cuando los sintió allí. Nada se escuchaba, solo sus corazones acelerados a pesar de los años transcurridos.
-Carmen, quiero enseñarte algo.
Ella, expectante, lo vio sacar de la cartera el DNI. Se lo enseñó.
-Pero, ¿qué es esto?, aquí pone Penélope Ruíz García.
-Esa soy yo ahora. No quería presentarme como “ella” en el funeral de tu madre pero sí que tú lo supieras. Por esto dejé a mi esposa y perdí a mi hijo.
-Y qué quieres que haga yo.
-Yo te amo. Nunca te he olvidado.
-Ni yo a ti, Fernando.
-¿Entonces?
-Esto es muy fuerte, complicado, tendríamos que huir. Aunque ahora ya no tengo nada que me ate aquí, nunca te aceptarían y... dime, te has operado.
-Aún no. Quiero estar muy seguro antes, luego no se puede echar marcha atrás. No sé. Nuestro amor era verdadero, Carmen, fueron ellos los que no nos permitieron ser felices y no creo que importe qué sea yo ahora para que se nos devuelva el tiempo pasado.
-Son muchos años y qué quieres que te diga, Fernando, importa, claro qué importa, lo de llamarte Penélope lo veo difícil, pero si dices que aún no te has operado...
Entrelazaron sus manos. Callados, miraban el bosque y reflexionaban. Fernando sobre su buena suerte de encontrar a Carmen, estaba seguro de que lo apoyaría en todo, y Carmen sobre el modo de convencerlo para que no se operara. De ninguna manera quería una Penélope sino un pene, el suyo, el de Fernando, que tantos años había anhelado y por nada del mundo lo volvería a perder.
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