Córdoba, 10 de febrero de 2020
Querido/a lector/a:
¿Has sentido alguna vez, al leer un libro, que este ha dado respuestas a cuestiones que llevabas tiempo planteándote? ¿Alguna vez has pensado en alguien y de pronto has recibido una llamada o un mensaje de esa persona? ¿Cuántas veces has visto o ha sucedido algo en tu entorno y has sentido que era una señal para ti?
Eso nos sucede a todos a menudo, seamos conscientes o no, y solemos llamarlo «casualidad». Pero no es así. Se trata de un fenómeno enigmático y sorprendente, lo que C. Jung llamó «sincronicidad» y que sustenta la trama de la novela que acabas de recibir.
Hace casi ocho años comenzaron a producirse una serie de coincidencias que desembocaron en lo que hoy es Aquella vez en Berlín. Es la intrahistoria de esta novela; algo que solo yo sé y que, al compartirla contigo, te hago cómplice de esta red de conexiones.
En el año 2012 viajé a Londres, donde mi hija hacía una estancia como médico residente. En uno de sus parques, Prinrose Hill, me llamó la atención que en algunos bancos de madera había colocadas unas placas con mensajes personales grabados sobre el metal. Casi se convirtió en una obsesión, ir buscando esas placas en cada uno de los bancos de la ciudad. De todas ellas, la que más me llegó fue la de un hombre que declaraba su amor eterno a su esposa, que había fallecido muchos años antes, demasiado joven. Por supuesto, visitamos la Casa Museo de Freud, y no pude dejar de hacer fotos mentales de la bonita casa de apariencia victoriana de la acera de enfrente.
Ya en Córdoba, y con el mensaje de la placa todavía en mi cabeza, escribí un microrrelato en el que me centré en lo que le podía haber sucedido a ese hombre, al que llamé Richard, tras la muerte de su esposa. Fueron veinte líneas en las que trazaba un encuentro con otra mujer, Marie, a la que esperaba ansioso en una habitación de hotel. Y ahí quedó. Durante los siguientes años me dediqué a escribir sobre el mal, embarcada en mi trilogía, y sin volver a pensar en nada de todo esto.
Cuatro años más tarde, en junio de 2016, abrí, como todas las mañanas, el e-mail que me envía Amazon ofreciéndome libros y me encontré con uno titulado Solos en Londres, de un autor que no conocía. Inexplicablemente para mí, en lugar de enviarlo a la papelera, leí la sinopsis y, sin saber por qué, me sentí atraída por algo de lo que nunca había oído hablar: la Generación Windrush. Leí ese libro y me documenté tanto como pude sobre los caribeños que llegaron al Reino Unido para reconstruirlo tras la Segunda Guerra Mundial y, conforme avanzaba, iba perfilando el personaje de Thomas. Así, la trama de Aquella vez en Berlín empezó a cobrar forma, tejiéndose en torno a una invisible red de relaciones entre los distintos protagonistas, entre el presente y el pasado, rescatados mediante flashbacks para poder llegar a conocerlos a fondo. En agosto me fui de vacaciones, con la estructura de la novela más o menos terminada y deseando ponerme a escribir. Una tarde, al salir de la playa, me fijé en el cartel de un bar que debía haber visto cientos de veces, pero que aquel día parecía que estaba allí para mí, The hole in the wall. Mi mente lo relacionó rápidamente con algo que me acababan de contar y de ahí surgió Lisa y su historia. Cuando al fin me puse a trabajar en la novela, no podía creer que todo fuera producto de la casualidad. Porque no lo era. No podía serlo.
Estos cuatro personajes, Richard, Marie, Thomas y Lisa, que llevaban conmigo casi cinco años, sus recuerdos, sus emociones, sus secretos, sus mentiras, sus pasiones desbordantes y silenciadas, todo lo bueno y lo malo de sus vidas empezaba a tomar forma y se entrelazaba con las señales que me había ido encontrando en lugares tan distantes y de formas tan pretendidamente aleatorias, dando sustento a Aquella vez en Berlín. Años de esfuerzo hasta conseguir lo que ahora tienes entre tus manos: una novela intimista, desgarradora en algunos momentos, pero entrañable y que espero que te llegue al alma y el corazón, porque de ahí es de dónde ha surgido.
Y así, mi querido lector, se gestó esta novela, producto de la simultaneidad de unos sucesos vinculados que solo tenían sentido para mí. Y que espero que, de algún modo, también lo tengan para ti. Que algo de ellos resuene en tu alma porque, al fin y al cabo, eso es que lo daría sentido a mi escritura.
Las casualidades no existen. Que tú decidieras hacer los clics necesarios para recibir la novela, y que ahora estés leyendo esta carta tampoco lo es. Estaba predestinado que tú y yo nos encontráramos con un propósito común y eso solo puede ser el fruto de la sincronicidad. ;)
Un saludo muy afectuoso y sigue atento a las señales.
María José Moreno
PD: Quizá la sincronicidad siga jugando con nosotros y nuestra próxima conexión sea en persona y para dedicarte esta novela.
Ojalá sea así. Y si puedes me dices por donde puedo conseguir tu novela , me has picado pero mucho y deseo leerla ..de todos modos voy ahora a ver si es por amazon , bueno ya lo he pedido y no creo que tarde mucho en recibirlo . Un fuerte abrazo y feliz tarde.
ResponderEliminarCuanto me alegro de que lo leas. Ya comentaremos. Un beso
EliminarYa lo tengo en mi poder, ya te diré cuando lo haya terminado ,un abrazo y feliz tarde.
EliminarUna reseña preciosa.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias. Un beso
EliminarBuenas tardes, acabo de terminar de leer tu novela, que decirte esta genial me deja con ese sabor de pensar que hasta el último suspiro de tu vida puede arreglar las cosas que creas que has hecho mal.
ResponderEliminarTienes una narrativa que da gusto y además a pesar de ir cambiando de tiempo lo dejas bien organizado y te enteras perfectamente .
Los personajes son todos geniales cada uno a su estilo , pero me quedo con secretario un ser sin duda de luz . Gracias por esta novela, ha sido toda una experiencia leerla .
Un fuerte abrazo .
Muchisimas gracias por leerla. Me alegra saber tu opinión. Es una novela que me ha costado mucho escribir y a la que pilló el confinamiento con lo que ha tenido pocas salidas. UN beso fuerte
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