Matilde, impaciente, brujuleaba por la casa mientras el cerrajero le instalaba la nueva mirilla telescópica. La que había tenido hasta ahora sólo le permitía ver la puerta justo de enfrente, donde vivía Andrés, un aburrido viudo, pensaba Matilde. Unos días antes, había escuchado a las vecinas hablar por el patio. Cotilleaban sobre lo rarita que parecía la chica que se habían mudado al tercero D. De pronto cayó en la cuenta de que ese era el piso lindante con el suyo, y reparó en el tonillo con el que habían dicho "rarita". Matilde llevaba 50 años sin salir de casa, una agorafobia resistente al tratamiento, y otros tantos sin hablar con nadie a excepción de su bendito marido, Anselmo. Hombre singular, bueno donde los hubiera, católico acérrimo y que la soportaba como un cruz, al igual Jesucristo soportó la suya, con firmeza, templanza y cariño, mucho cariño. No dado a vicios, infatigable trabajador y fiel como ningún otro en el mundo. Matilde más que amarle sentí
Blog literario de la escritora María José Moreno