En la calle no había un alma. Los habitantes de las casas habían desertado como las ratas en un barco ardiendo, al comprobar que la epidemia se extendía. El terrible virus, para el que no existía cura, llamaba a las puertas terminando con la vida de niños y mayores. Las casas deshabitadas, la calle desierta; tan sólo un hombre se había negado a abandonar su casa, que también fue la de sus padres, la de sus abuelos. Solo en el mundo, no tenía donde ir, ni piernas que le transportaran; si el virus del que había escuchado hablar le atrapaba se dejaría abrazar por él hasta que le llevara a las puertas del hades. Temía más la vida que la muerte. Un accidente de coche le dejó postrado en la cama, en manos de enfermeras, fisioterapéutas, asistentes sociales, vecinos, familiares retirados, amigos que no lo eran tanto…que terminaron cansándose de aguantar sus lamentos, las quejas por su mala suerte y las limitaciones de un cuerpo de trapo que no respondía a las órdenes de su cereb
Blog literario de la escritora María José Moreno