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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Mi calle

En la calle no había un alma. Los habitantes de las casas habían desertado como las ratas en un barco ardiendo,  al comprobar que la epidemia se extendía. El terrible virus, para el que no existía cura, llamaba a las puertas terminando con la vida de niños y mayores. Las casas deshabitadas,  la calle  desierta; tan sólo un hombre se había negado a abandonar su casa, que también fue la de sus padres, la de sus abuelos. Solo en el mundo, no tenía donde ir, ni piernas que le transportaran; si el virus del que había escuchado hablar le atrapaba se dejaría abrazar por él hasta que le llevara a las puertas del hades. Temía más  la vida que  la muerte. Un accidente de coche le dejó postrado en la cama, en manos de enfermeras, fisioterapéutas, asistentes sociales, vecinos, familiares retirados, amigos que no lo eran tanto…que terminaron cansándose de aguantar sus lamentos, las quejas por su mala suerte y las limitaciones de un cuerpo de trapo que no respondía a las órdenes de su cereb

GRACIAS...

Gracias por haberlo hecho posible. Baldomero ya está en tres mil hogares. ¡Ahora a por los 5000! Baldo escuchaba atento mientras, por el espejo retrovisor, reparó en las gafas de sol tan poco apropiadas; en su amplio escote, que dejaba entrever dos pechos grandes y turgentes; en los prietos y largos muslos; en esa manera  de arrastrar las erres  y en lo rubio de su largo cabello. Era inconfundible. Unas gotas de sudor corrieron por su frente. Es una puta de alto estanding, de esas que vienen de los países del Este. A estas horas en la calle no puede ser otra cosa, pensó. Y al instante se sintió fatal, él no era nadie para juzgar. Una especie de culpa, miedo y congoja le sacudió el estómago, mezclándose con el café con leche y los picatostes que su madre le había obligado a tomar a las cinco y media de la mañana y que ahora amenazaban con salir en escopetazo. No debí desayunar a estas horas,  mucho menos pan frito, pero cualquiera le decía a doña Cándida que no, después de lev

Este jueves un relato : No se puede hacer más lento

El aire huele a algodón de azúcar y manzana caramelizada. Por  el altavoz de la tómbola, a todo volumen,  se anuncia  la venta de papeletas para el sorteo del magnífico e inigualable “perrito piloto”, el preferido de los niños; al fondo, la música de la noria invita a  subir en ella. Felipe descansa en una inestable silla a la sombra de unos de los pocos árboles que hay en el recinto ferial; espera a que el sol de apague y la bulla  deambule de aquí para allá; que los niños excitados se suban a los cacharritos, mientras las mamás los miran con embelesadas sonrisas y que los padres, aburridos, se fijen en él. Ese es el momento, su momento. Es lo único que sabe hacer y lo hace muy bien. Todo los días saca lo suficiente para un vivir, como sacaba su padre y su abuelo. Felipe frota sus manos, las calienta, las prepara, las alerta, las acaricia como su más preciado tesoro, arrima  la mesa pequeña donde reposan los cubiletes y de pronto se le  escucha decir: ¿Dónde está la bolita?

2300 descargas....

Tras la subida a youtube del video las descargas se han disparado. En este momento son 2300 las personas que se han hecho con el libro y lo más importante, los comentarios que dejan.  Esta tarde me he quedado gratamente sorprendida cuando por twiter una persona desconocida para mi me ha escrito: " Me he leido tu libro entero esta mañana. Ha sido ameno y divertido. Al final te quedas con ganas de más. Un abrazo y enhorabuena". Este comentario y otros en el mismo sentido que he recibido son mucho más importante para mí que el número total de descargas. Gracias