El aire huele a algodón de azúcar
y manzana caramelizada. Por el altavoz
de la tómbola, a todo volumen, se
anuncia la venta de papeletas para el
sorteo del magnífico e inigualable “perrito piloto”, el preferido de los niños;
al fondo, la música de la noria invita a subir en ella. Felipe descansa en una inestable
silla a la sombra de unos de los pocos árboles que hay en el recinto ferial; espera
a que el sol de apague y la bulla deambule
de aquí para allá; que los niños excitados se suban a los cacharritos, mientras
las mamás los miran con embelesadas sonrisas y que los padres, aburridos, se fijen
en él. Ese es el momento, su momento. Es lo único que sabe hacer y lo hace muy
bien. Todo los días saca lo suficiente para un vivir, como sacaba su padre y su
abuelo.
Felipe frota sus manos, las
calienta, las prepara, las alerta, las acaricia como su más preciado tesoro,
arrima la mesa pequeña donde reposan los cubiletes y de pronto se le
escucha decir: ¿Dónde está la bolita? Al
principio como un susurro hasta que su garganta se aviva para hacerse escuchar
entre el enjambre de ruidos. Dos hombres, salidos de la nada, se acercan y apuestan. Felipe, el trilero,
maneja los cubiletes con tal destreza que parece que sus manos tuvieran alas.
En la primera apuesta no aciertan, pero sí en la segunda y en la tercera. El
señor de la chaqueta parda se lleva tres billetes, se aleja contento enseñándoselos
a la gente y comentando lo fácil que le ha sido acertar.
Manuel mira como la gente se
agolpa alrededor de la mesita, introduce la mano en el bolsillo del pantalón y toca el
dinero que lleva, el único que le queda después de montar a su hijo en los
caballitos. Sería una buena manera de
poder sacar algo y llegar a fin de mes, piensa. No debe ser tan difícil cuando hay gente gana. Es cuestión de fijarse
bien, de tener retentiva y a mí en eso nadie me gana. Le hace señas a su
hijo para avisarle de que se va hacia el lugar donde se juega.
De pie delante de Felipe apuesta tímidamente.
El trilero bocea ¿dónde está la bolita?, al mismo tiempo que con gran ligereza
ubica y reubica los cubiletes. Debajo de este responde Manuel. Sí, señor,
acertó, dice el trilero. Recoge el dinero y saca más del bolsillo, continúa apostando. Su hijo se ha colocado a su lado y él, metido en la faena del juego,
ni siquiera lo ha advertido. Esta vez no acierta, ni la siguiente, ni la
siguiente… El chico, que conoce las penurias que pasan, le tira de la manga de la chaqueta.
Manuel con ojos enloquecidos le grita: una vez más, necesitamos ganar. Entonces, el niño mira con ojos miedosos a
Felipe y le suplica: ¿Lo puede hacer más lento?, es el único dinero que tenemos
hasta fin de mes.
Aquella mirada de cordero
degollado llega hasta el alma del estafador; nunca le había sucedido nada
igual, en toda su vida se le había encogido el corazón de aquella manera, ni nada
ni nadie había despertado su conciencia. Sus manos se acompasaron en un vaivén
más lento casi sin darse cuenta, cuando
paró el padre dijo la bolita está debajo de este…, allí se encontraba. Manuel cogió el dinero con rapidez, su hijo tiró de él sin apartar la vista de Felipe al
que sonrió agradecido, no necesitaron palabras. Al instante se escuchó d enuevo: ¿Alguien se atreve? ¿Dónde está la bolita?
Vale, de acuerdo, ya me has vuelto a dejar sin palabras. Estupenda vision con tu toque personal caracteristico..... chapó
ResponderEliminarUn beso
El estafador con corazón. Lo que no se puede hacer es más bonito que como lo has contado.
ResponderEliminarqué acbronaza sossosooso o eres...¡¡has dado en el alma de un trilero!! ya me imagino a ese tahur-trilero-cubiletero escuchsndo la voz de ese niño...ya ya me l imagino y ablandándosele su...¿corazón? sí, supongo que su corazón, pues considero que o bien tienes este frío como el acero o no tienes na´que hacer..
ResponderEliminaren cierta manera, maría josé, me ha emocionado el giro que le has dado a las palabras de rené lavand...él sabe perfectamente que aunque lo haga lentísimamente nunca lo van a pillar...es una manera de exaltar un truco. y sin embargo, este trilero tuyo lo que hace es exaltar el corazón, el buen hacer, la bondad...
medio beso.
Y vale. Y yo iba a comentar. Pero he leído el comentario de Gus y, con la salvedad que yo no soy trilero, me sumo a todo.
ResponderEliminarMaría Jose, amiga, bueno buenisimo, reflejo de la adicción al juego, de como sacar del vicio a quien ha caído en él. Ternuray supervivencia.
Y un beso.
Un estafador con buen corazón. El juego es muy malo, cuando se empieza a ganar se quiere más,y cuando se pierde se quiere recuperar. El único con sentido común, el hijo.
ResponderEliminarUn abrazo
Del desespero a la mirada complice de agradecimiento. Precioso relato
ResponderEliminarMª Jose y esas palabritas:
cacharritos,bulla..andaluzas andaluzas,
Mi abrazo.
Dulce e improbable, ya casi no quedan corazones así.
ResponderEliminarEl relato es delicioso, lo vives, lo hueles, hasta te alejas de la mesa de los cubiletes con la imagen clara en la distancia, del niño agradecido.
Besos
¡Hermoso y tierno relato!
ResponderEliminarMuy gráfico. Te siente allí, presenciando la escena.
Gracias por el ratito.
María José, olé el trilero corazón de oro. En las ferias, en los mercados, los parques, en el bus, en el ascensor, en...quedan jugadores de la vida, tramposos sin corazón, niños dulces de mirada intensísima, Manuel tuvo la suerte encontrarse con el humano verdadero, sin trampas.
ResponderEliminarLo he visto vivo en tus letras.
Besito.
Yo no he hallado la sorpresa final, me hubiese sorprendido si quien hiciera el juego fuese un político, un banquero...
ResponderEliminarEntre pobres suele darse esta conducta.
Besito.
Me has emocionado!!!! Seguro que el trilero sabá bien de lo que hablaba el niño. No tenemos mas dinero hasta final de mes...
ResponderEliminarUna historia con final feliz, aunque se haya cambiado el guión.
Así es la vida, siempre nos dá sorpresas.
No así tú, querida amiga, que nos tienes habituados a maravillosos relatos sobrados de imaginación.
Besitos,.
Por cierto, me has llevado a los Cacharritos de la Feria de Sevilla. Gracias.
Bonita historia, me has llevado a escenas conocidas, a ese trilero avispado, supongo que no por eso tienen falta de corazón.
ResponderEliminarUn beso
La verdad, dudo mucho de la compasión de un trilero. Ojala tu conmovedor relato fuese cierto alguna vez. Un abrazo
ResponderEliminar