jueves, 28 de mayo de 2020

Este jueves un relato: Aires góticos


Como todos años, desde la muerte de su padre, Enrique pasaba temporadas en la gran mansión de Eduardo Moran. Le gustaba porque estaba llena de habitaciones, pasadizos y puertas ocultas y tras llevar un tiempo en ella su alma se serenaba. Este año, llovía a mares cuando llegó. El criado lo esperaba con el paraguas, sacó su maleta del coche y lo cubrió hasta la casa.

—La cena será a las 9 —le comunicó

Mientras deshacía la maleta y pensaba qué ponerse, oyó un crujido intenso que confuncido con un ruido del trueno. Se sobresaltó. Al poco, un relámpago iluminó la habitación y cuando miró para la zona de la puerta, de dónde procedía el ruido, sus ojos se toparon con un anciano, vestido con un traje de otra época, bastante andrajoso, con los pelos canosos y tiesos, que fumaba una enorme pipa sin echar humo. Asustado, reculó, y terminó sobre la cama. El viejo se le acercó.

—¡Ja!,¡Ja!,¡Ja!..., así que tú eres el nuevo heredero que viene a visitarnos.

—¿Qué dice? ¿Quién es usted? —dijo Enrique, tartamudeando

—¿Cómo? No conoces al insigne Eduardo Moran I, creador y primer dueño de esta casa.

—No puede ser. Esta casa, según pone en la entrada, se construyó en 1750.

—Pues eso, en ese año yo la construí con estas manos —dijo, enseñándolas— y la hice tal como es ahora, con todos su escondites, con sus dobles habitaciones y como un lugar de comunicación entre los vivos y los muertos.

—En ese caso, usted debería estar bajo tierra, a no ser que sea... un fantasma.

¡Dios mío! Los fantasmas no existen. Esto es un mal sueño o estoy alucinando— se dijo Enrique, cerrando los ojos para no ver al anciano.

Al abrirlos allí seguía.

—Ya formas parte de mí y te acompañaré toda tu vida como hago con todos los nuevos herederos —le anunció, con una voz tan roca que le erizó todo el vello del cuerpo y que provocó que su vejiga se descargara sin poder remediarlo—. Yo soy tu amo, te guiaré por los campos tenebrosos de los muertos vivientes, te enseñaré cómo dar y cómo quitar vida. Yo señor, tú mi esclavo, y entre los dos haremos que el mal reine en esta mansión y se extienda por todo el valle. ¡Sígueme!

Como si estuviera hipnotizado, Enrique lo siguió sin protestar. Cruzaron una puerta que había en el fondo del armario. Fuera la lluvia arreciaba y los truenos cada vez eran más seguidos. La luz se fue y el pasadizo estaba muy oscuro. Continuó, apoyando las manos sobre los muros del pasillo. Su mente daba vueltas a lo que le había dicho el viejo: la vida y la muerte, muertos vivientes, el heredero, la mansión... Negaba con la cabeza que aquello estuviera pasando, cada vez más nerviosos con el corazón latiendo a mil y la angustia atorándole la garganta cada vez que escuchaba la ronca voz de viejo llamándolo por su nombre.

—¡Pero bueno, Enrique! ¿Qué haces metido en el armario? Seguro que Santos ha estado por aquí —murmuró.

—¿Santos? ¡Ven aquí!

Santos con andar pausado y la pipa en la boca se plantó delante de la enfermera.

—¿Cuántas veces te he dicho que dejes a los internos en paz y no le cuentes nada de miedo? No ves que sus mentes son frágiles. Y venga, quítate ese disfraz que lo vas a estropear para el día que hagamos el teatro.

Enrique, que en ese instante abandonaba el armario, se quedó mirando a Santos. De su boca salió un grito desgarrador que se extendió por toda el hospital, al tiempo que su cuerpo convulsionaba, preso del miedo más horripilante. Tenía los ojos vueltos, la cara pálida, la boca contraída en un rictus de pavor, la saliva escapándose por la comisura de sus labios y no dejaba de  musitar: soy el heredero, tú y yo, reinará el mal en la mansión...

—¡Mira que eres cabrón, Santos! —le dijo la enfermera mientras sujetaba al joven para que cayera al suelo—. ¡Desde luego, porque sé que no estás cuerdo que si no...! Venga, avisa para que me traigan un calmante y que vayan preparando la bañera de agua fría.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Este jueves un relato: Suspiros en blanco y negro




No recordaba cuantos años llevaba confinada cuando una llamada de teléfono me anunció que había sido afortunada con una salida. Tras colgar, abrí la puerta trasera, de par en par, y esperé sentada a que mi corazón desbocado se acompasara. La luz del sol me cegó y apreté con fuerza los párpados. Entonces, escuché el canto de los pájaros: «seguro que son gorriones», me dije, y después, aprecié los característicos mugidos sordos de las gaviotas. Puesta en pie, avencé  con los ojos entreabiertos hasta llegar a la arena. Me senté y suspiré. Un primer suspiro profundo para llenarme de aire puro; luego, otro más, con sabor salado, balanceado al compás del ir y venir del agua; uno más, hondo, negro, por los días perdidos de mi calendario y por las permanentes ausencias, nunca despedidas, que alimentaban mi soledad. Volví la vista al mar, queriendo alejar los recuerdos y no pude evitar echarme a llorar. En ese instante se me escapó de la garganta otro suspiro o, más bien, un quejido teñido de melancolía. Un quejido negro como mi negra vida, transitada en oscuridad, como el negro mundo que habitábamos y el negro futuro que nos esperaba.
Me sobresaltó el aleteo de un gorrión que se posó sobre mi pierna. Traía una flor multicolor en el pico, la dejó caer sobre mí mientras cantaba entusiasmado. El poder de la Naturaleza dominaba la vida. Un suspiro alentador huyó de mi cuerpo transformándose en una amplia sonrisa. A pesar de todo y todos, la vida continuaba. Me levanté y me acerqué a la orilla para sentir el contacto del agua en mis pies. Justo en ese instante escuché la sirena. Debía regresar a casa, a encerrarme en mi soledad. Sin saber cuando tendría una nueva oportunidad de salir, regresé sobre mis pies, aspirando sin demora la mayor cantidad de aire que mis pulmones pudieran alojar. Mientras ese maldito virus siguiera amenazándonos, esta era mi vida, la única que tenía, una vida de suspiros en blanco y negro.


La lectura en tiempos de confinamiento




Hace unos días, navegando por Internet, me topé con una noticia que llamó mi atención. La editorial Exlibris había llevado a cabo una encuesta de hábitos lectores durante el tiempo que hemos estado enclaustrados, con idea de analizar el papel que la lectura ha jugado en nuestras confinadas vidas. Los resultados eran muy curiosos: una gran cantidad de lectores se habían apoyado en los libros para superar el confinamiento; los géneros preferidos habían sido la novela negra, la histórica y la romántica y, algo muy lógico, se había producido un repunte de la lectura digital.

El análisis de esa información me hizo reflexionar sobre lo que yo misma había vivido y también observado mientras deambulaba por las distintas redes sociales; en especial, durante los primeros días. Todos nos quejábamos de la imposibilidad de leer; no podíamos concentrarnos porque nuestra atención estaba dispersa o, más bien, puesta en el peligro que acechaba nuestras vidas, el maldito virus. Del mismo modo, nos lamentábamos de no aprovechar el momento para pasar más tiempo con nuestros queridos libros, algo que siempre habíamos ansiado. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo era posible aquella aparente contradicción entre lo que estaba leyendo y lo que yo misma había vivido? Enseguida me di cuenta. Se trataba de la observación en dos momentos diferentes. Mi valoración la había realizado en los primeros días y, seguramente, porque no he podido comprobarlo, la encuesta había sido respondida a lo largo de todo el confinamiento. Eso sí me cuadraba con lo que nos sucede a los humanos cuando perdemos la libertad.

Sí, porque de eso se trata, de qué nos sucede cuando nos obligan a quedarnos encerrados en casa, de un día para otro; cuando se rompe nuestra rutina, nuestro día a día; nuestros ratos de ocio… y, ante todo, cuando vemos amenazada nuestra integridad física y psíquica.

En esos primeros días, sometidos a una situación estresante grave, convivimos con la ansiedad, el miedo, la apatía, el aburrimiento, la incertidumbre, el exceso de información (la mayoría de malas noticias), afloraron los rasgos peculiares de nuestra personalidad (los hipocondríacos lo han pasado muy mal) y nos convertimos en montañas rusas emocionales. El paso del tiempo nos apremió a adaptarnos y cada uno lo hizo como pudo, en función de su capacidad de resiliencia individual, favorecedora de esa vuelta a una forzada normalidad, en la que tuvimos que convivir 24 horas al día con nuestra familia (pareja, hijos…), compañeros de piso o, incluso, en soledad.

En este camino de la tan necesaria como anhelada adaptación, nos urgía volver a lugares comunes, propios; esos que forman parte de nuestro yo y uno de ellos, sin duda, era la lectura. De ahí que, superada esa primera fase de shock, la mayoría nos hemos reencontrado con nuestros compañeros de vida, los libros. Ellos nos han ayudado a comernos el día a día, tan difícil de digerir, a superar el hastío, a olvidarnos del miedo y, por supuesto, a disfrutar; de paso, cuanto más leíamos, más disminuía nuestra lista de pendientes, algo soñado y nunca cumplido.

        Y todo esto es posible porque leer es una buena terapia siempre y, aún más, en estos malos momentos. Leer nos ha permitido evadirnos, sacudirnos durante unas horas la terrible realidad, nos ha ilusionado, nos ha hecho soñar, poder vivir otras vidas y viajar fuera del ambiente opresivo de nuestro hogar y, lo mejor, nos ha permitido socializar. Sí, socializar, algo importantísimo para llevar a cabo una buena adaptación (el hombre es un ser social por naturaleza). Y hemos tenido la suerte de contar para ello con las redes sociales, porque lo que hemos leído lo hemos anunciado, comentado, hemos recibido el feddback positivo de otros lectores, hemos investigado sobre críticas y reseñas del libro e incluso hemos preguntado si nos recomiendan o no su lectura y, además, hemos hecho nuevos amigos lectores… En definitiva, los libros nos han ayudado a comunicarnos con otros que no fueran los convivientes confinados con nosotros en un mismo espacio y han aliviado la soledad de muchos otros y no dudo de que, en las distintas fases por las que iremos atravesando hasta llegar a esa, tan comentada, «Nueva Normalidad», nos acompañarán en los distintos pasos de este proceso de adaptación.  

FELIZ AÑO 2024

  7 meses sin escribir en el blog y vuelvo como en años anteriores con deseos de compartir que esta comunicación ocasional no se termine. Ha...