Cae la tarde. Sam se frota los ojos, fatigados por la conducción, con las manos frías. Resopla con fuerza. A lo lejos distingue las tibias luces de neón y coge el camino de la derecha que le lleva hasta el motel. Aparca, apaga la radio y sale. El frío arrecia y la lluvia empieza a cuajar en diminutos copos que se funden en su chaqueta. Coge la maleta y se dirige a la recepción donde un hombre, poco hablador, le entrega una llave. Con andar cansado se dirige a la 22. La oxidada cerradura se le resiste. Sam se frota las manos con energía para que entren en calor e insiste. Al fin, logra abrir la puerta de la deprimente habitación. No es la primera vez que se aloja en allí y conoce lo que le espera al encender la luz: una vieja cama cubierta por una desgastada colcha de irreconocible color de tantos lavados, un estrecho baño, un viejo televisor, una mesa y una silla. Suspira. ¿Cuánto tiempo podrá resistir aquel trabajo, aquella vida errante de viajante? Él no está hecho para ir de un lado a otro como una hoja a merced del viento. Cada día en una ciudad distinta y tan sólo el fin de semana en casa. Deja la maleta en el suelo, se quita el sombrero y mira el reloj, aún tiene media hora antes de su cita. Se deja caer en la cama, cierra los ojos y justo antes de dormirse piensa que debería quitarse la chaqueta. Cuando despierta han trascurrido tres horas. Abandona la habitación y corriendo se dirige al bar. Nadie lo espera. Ha perdido otro cliente. Se acerca a la barra y pide un whisky y luego otro y otro... Casi no se tiene en pie cuando se marcha. En la calle, Sam se sube el cuello de la arrugada chaqueta, mete las manos en los bolsillos y se pierde por el camino en la noche nevada. No puede con su alma. Sus fatigadas huellas dejan un sucio rastro; único y mudo testigo de su total desesperación.
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Una historia triste de un hombre que recuerda su hogar, y su trabajo es la maldición en este caso `por tantos caminos que recorrer . La vida del viajante errante no es tan idílica como a veces parece. Muy buen relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por leerme.
EliminarEn cierta forma me recordaste a mi abuelo paterno, que había nacido en Israel, cuando estaba bajo el Imperio Otomano, y era enólogo, pero cuando lo llamaron los Otomanos a filas, sabiendo que el ejército duraría de 8 a 10 años, se escapó a Argentina y fue entonces vendedor de vino yendo de Mendoza a Buenos Aires, ida y vuelta. En Mendoza conoció a mi abuela rusa, y mi papá por ejemplo, nació en Rosario, la Provincia de Santa Fé. Luego se trasladó la familia de 5 (tuvo 3 hijos varones) a Buenos Aires. No bebía whisky y no llegué a conocerlo, murió en un accidente en la ruta justo antes de nacer yo. Pero imagino que mucho de lo que tu personaje vive, lo experimentó mi abuelo. Gracias por este regalo. Y gracias por haberte sumado a mi convocatoria. Besos, María José.
ResponderEliminarMe ha encantado lo que cuentas de tu familia. Da para una bonita historia ;-). Aprovéchala.
EliminarNo es vida esa de constante andar trashumante, más encima teniendo que viajar solo. Un gran sacrificio que seguro, no se justificaría por el magro sueldo que podría sacar. Un abrazo
ResponderEliminarVda errante y triste. Gracias por venir
EliminarTriste vida la de los viajantes y más cuando dejan a su familia atrás. Bello texto no exento de crudeza. Besos.
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
EliminarLos visitadores, viajantes, una profesión errante, que reflejas perfectamente. Imagino que los que no acaban mal, como el tuyo, tendrán ganas de jubilarse.
ResponderEliminarMuy bien hallada profesión. Un abrazo
El mío es un caso extremo ;-). Besitos
EliminarTriste historia la de Sam...devorado por su propia vida...pero por triste que sea no es más que el reflejo de la vida de muchos...que sin pararnos a pensar si queremos cambiar de camino.. nos dejamos llevar por la vida...
ResponderEliminarUn beso
La rutina, el no imponerse puede llevarnos a la desesperación según las circunstancias.
EliminarUn andar cansado y necesitado de calor. Es muy triste
ResponderEliminarBeso
Creo que sí, necesitaba a alguien.
EliminarNos has introducido en la vida tan dura de los que se dedican a ese oficio, como también al de camionero, en el que en un principio había pensado yo.
ResponderEliminarQué tristeza...!
Creo como dices el de caminorero es similar. Y sí son vidas duras por solitarias.
EliminarEs alguien haciendo algo por que le ha tocado a serlo, más que por elección. Muy bien reflejado ese descontento en el relato. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por leerme.
EliminarUn relato que nos trae la historia de tantos Sam que andan por el mundo. Me gusta que le hayas dado un poco de refugio aquí.
ResponderEliminarUn abrazo maría José.
Muchas gracias por tus palabras. Besitos
EliminarUna vida errante y dura la de este viajante sin nombre y casi sin identidad, ha forjado su caracter a ir por un camino sin regreso. Triste fiinal para unn hombre más fracasado qeu pobre. UN abrazo
ResponderEliminarUna vida llena de pasos solitarios pero más del alma que de cuerpo. No hay nada peor que el sentido de derrota acumulado en la mente y esa sensación de que paso dado, es paso perdido.
ResponderEliminarUna historia muy profunda, María José, de esas que dejan huella y la última imagen bailando en la retina.
Un beso.