lunes, 1 de mayo de 2023

FATAL EQUIVOCACIÓN

La batalla de las Navas de Tolosa. Horace Vernet (Siglo XIX)    

 

La mañana del lunes 16 de julio de 1212 amanecía fresca, a pesar de que el tórrido verano castigaba las tierras jienenses.

A sabiendas de que el enemigo musulmán les había tendido una emboscada para que quedaran atrapados entre montañas, el ejército cristiano se dirigió al oeste a través del Puerto del Rey para atravesar la sierra y, más tarde, dirigirse al llano en el que se celebraría la batalla.

Se situaron unos frente a otros en el extenso valle, disponiéndose los ejércitos tal como era habitual. Los cristianos, con 10.000 hombres, en tres líneas de cuerpos de ejército: la del centro, la del flanco derecho y la del izquierdo. La primera línea, ocupada por los ultramontanos y voluntarios; la segunda, por las órdenes militares, milicias urbanas y caballería pesada castellana; y en retaguardia, los señores, obispos y reyes. Los almohades, con 20.000, situaban en primera línea a los peones voluntarios; detrás, los arqueros, ballesteros y caballería. El grueso del ejército, infantería y caballería se situaba en segunda línea y en retaguardia la llamada Guardia Negra.

El silencio dominaba la escena. Parecía increíble que las hordas estuvieran tan calladas e incluso mantuvieran mudos a sus animales. Todos expectantes a que se diera la orden de ataque.

Francisco llegaba tarde. Blanca lo había entretenido, una vez más, con sus juegos amorosos y por más que había intentado zafarse de ella, al final, como siempre, había caído rendido entre sus brazos. Esa primera batalla la había perdido. Confiaba en que la segunda le fuera mejor. No las tenía todas consigo; a los almohades, la fama de sanguninarios les precedía. Pero ¿quién podía resistirse a una mujer sin saber si va a vivir para ver el día siguiente? —se dijo sonriendo—. Echó a andar rápido, incluso corrió en ciertos momentos, y cuando llegó al campo se introdujo en una de las tiendas de campaña para cambiarse de ropa. Todo estaba muy desordenado y Francisco, nervioso por su retraso y pensando más en los voluminosos y contorneados muslos de Blanca que en lo que se le venía encima, se colocó lo primero que encontró: una armadura segmentada color plata con adornos dorados, unas grebas para protegerse las piernas y un casco imperial, que le pareció bonito porque reluciría mucho con el sol.

Se acercó a las tropas cristianas y zigzagueando se adentró por el flanco derecho hasta llegar al centro y situarse en la primera fila. A Francisco le gustaba que se le viera bien.

Al poco, se oyeron las órdenes de atacar y él salió corriendo como si no hubiera un mañana, dándolo todo como solía hacer en ese tipo de batallas. Cuando el enfrentamiento estaba en todo su apogeo y la sangre comenzaba a regar la tierra baldía se escuchó por los altavoces instalados en el campo un pitido seguido de una voz en grito que exclamaba: ¡Cooorten!

Francisco bajó la espada que empuñaba y comprobó que todos los que estaban a su alrededor lo miraban. Los guardias de seguridad se hacían paso por entre las huestes y cuando llegaron hasta él, lo cogieron por debajo de los brazos y en volandas lo llevaron hasta dónde lo esperaba el director, visiblemente enfadado:

—¿No te das cuenta del lío en que me has metido? ¿Tú sabes el gasto que esto supone? Esta escena se debía de rodar una sola vez. ¡Fuera! —le gritó.

—Pero… —farfulló Francisco.

—Ni peros ni peras. No quiero verte nunca más. ¡Maldito desgraciado! —masculló mientras le daba la espalda—. Mira que ponerse en primera fila vestido de romano.        

©María José Moreno 2023

Grupo Templo.



5 comentarios:

  1. No me esperaba ese final, jajaja. El pobre... ¡Pero qué bien me has metido en la batalla!
    Besotes!!!

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  2. Muy ingenioso, no esperaba ese final. Felicidades. Mírate lo de los almohades, sanguinarios o sangrientos. Saludos

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  3. Buena escena la que nos brindas, no es fácil dirigir y en esta ocasion el final asi lo confirma. Un besote.

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