C/Tinte 9
Cándida descorrió impaciente el visillo
de la ventana que daba al patio. Se había vestido con el traje de los domingos,
empolvado las mejillas con colorete y pintado los labios con un suave carmín.
La mata de pelo negro, imposible de manejar, se la había trenzado su madre y luego
le había compuesto un moño bajo. Estaba guapísima.
Soledad la miraba desde lejos. No tenía
buena experiencia con los hombres o, más bien, con el hombre que la había
encandilado a ella y resultó ser un lobo disfrazado de cordero. Por nada del mundo
quería que a su niña le pasara igual. Con anterioridad le había aplicado el tercer
grado a Manuel, su novio, a través de su hija; insistiendo, ante todo. en si tenía
problemas con la bebida. La hija le había jurado que nunca bebía y eso la había
tranquilizado mucho. Su marido, que en paz descanse, tenía muy mal beber y a casusa de eso había padecido más de lo que nunca hubiera pensado, cuando, enamorada,
le dio el sí ante el Altar.
Cándida pegó un grito y dio un respingo al
ver aparecer a Manuel. Observó que las cortinas del resto de ventanas que daban
al patio de flores también se descorrían. Eran una gran familia y todos estaban
enterados de que el novio de la niña Candi iba a conocer a Soledad, su madre.
Manuel hizo caso omiso de esos ojos que
como ventosas se le pegaban a la espalda y muy enseñoreado subió la escalara y
llamó a la puerta.
Candi abrió con una enorme sonrisa y le
dio paso al saloncito. Enseguida, Soledad salió de la cocina, donde preparaba
algo de picar. Nada más verlol se le encogió el estómago. Otro «figura»,
pensó, mientras veía como Manuel le cogía la mano y se inclinaba para besarla,
acompañado de un «encantado de conocerla, señora, no sabe cuánto deseaba este
momento». Soledad para salir del paso, nerviosa, les dijo que se sentaran y huyó
hacia la cocina donde dejó escapar un profundo suspiro. Ojalá se equivocara,
pero estaba segura de que no. Entonces, buscó en la
despensa una botella de fino de Montilla que siempre guardaba para alguna
celebración y aunque Candi le había dicho que no bebía, la puso en el centro de
la bandeja junto con las aceitunas, las almendras que acababa de freír, unas
alcaparritas, unos vasos con agua y un catavino.
Soledad dejó todo en la mesa y se sentó
en la mecedora. Manuel hablaba y hablaba, Candi reía, como una tonta, todas las
ocurrencias del chico. Pasado un tiempo, no puedo resistirlo y sin decir nada Manuel
echo mano a la botella negra, quitó el corcho y con gran destreza se sirvió un
medio hasta el borde. Se terminaron las aceitunas y Sole fue a por más a la
cocina. De vuelta vio como se servía el segundo y poco después el tercero y el
cuarto… Candida totalmente extasiada, con los ojos brillantes, no dejaba de
mirarlo.
Llegada una hora prudente Sole miró el
reloj de pared y Manuel captó la indirecta. Se apresuró a levantarse.
—Le reitero mi agradecimiento y, por
supuesto, estoy encantada de conocerla, señora. Espero volver muy pronto.
—Gracias por su visita. Anda, Candi, acompáñalo
a la salida.
Soledad desde la ventana los vio bajar y
perderse en la oscuridad del patio. Se imaginó que estarían besándose escondidos tras el brocal de ladrillo del pozo del patio, ocultos de de las
miradas curiosas y, esta vez, el retortijón que sintió en el vientre fue tan
fuerte que se tuvo que sentar.
Sin tener conciencia de cuánto tiempo
había pasado, la puerta se abrió y vio tanta la felicidad en la cara de Cándida,
que no fue capaz de decir lo que pensaba de verdad: que su novio era un
caradura, que la había engañado y que si seguía con él sufriría tanto como ella.
Era inhumano, pero tenía que hacerlo, aunque hoy ya no se sentía con fuerzas.
—Vamos a la cama, mañana recogemos esto
—dijo a Candi.
Cuando entraban en el cuarto que compartía,
Cándida parloteaba sin parar.
—Yo lo que no entiendo mamá es por qué
me dijo que no bebía, ¡qué tonto! ¿verdad? Se ha chascadao casi toda la botella de fino
—dijo, riendo—. Sería por los nervios.
—Sería —respondió, lacónica, Sole.
Ya en la cama, aprovechando la oscuridad, Soledad
dio rienda suelta a las lágrimas en un callado
sollozo que su hija no advirtió embelesada, como estaba, en el recuerdo de los
besos que Manuel le había dado.
Que bella historia Maria José, narrada con el justo detalle y la emotiva prosa que logra conmovernos. Me gustó mucho. Un abrazo
ResponderEliminarGRacias, Mónica. Un relato ejempleficador de lo duro que es tener experiencia.
EliminarUN relato estupendo que bién podria se el comienzo de una gran novela novela. Pero de lo qeu me doy cuenta es que las madres siempre a sufrir, que és para lo que sirven. Un abrazo
ResponderEliminarNO es la primera novela que sale de uno de mis relatos. En concreto la que acabo de terminar comenzó con una idea de un relato de los jueves ;-) Besitos
EliminarSoledad tendrá u a batalla por luchar, porque su hija se ha enamorado y no habrá quien la haga recular. En esas casas de vecinos, las cortinas, visillos, mirillas, y sonidos de tabiques poco aislantes, hacen un universo de mundos en miniatura. De ragedias y gozos amplificados.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz tarde. Me ha perecido estupendo tu relato
Lo va a tener dificil y muy bien no sabe qué hacer. Consultarlo con la almohada no creo que le sirva. Gracias por comentar
EliminarLas madres nunca se engañan y ella vio el desastre de su hija ..pero era tan bien consciente de la felicidad de ella en ese momento ..Me gustó la historia y ese patio de vecinos .
ResponderEliminarUn abrazo .
La madre siempre está ambivalente por sus gijos, sabe lo que puede pasar pero no quiere inmiscuirse en su felicidad. Compleja tesitura. Besitos
EliminarCuando el amor habita en el corazón, la mirada de la razón, a veces, deja mucho que desear… Y las madres a sufrir, desde su sabia visión…
ResponderEliminarMuy buen relato, María José.
Abrazos, y feliz tarde 😘
Amor y razón suelen estar peleados. Gracias por comentar. Un beso
EliminarUna historia muy bonita y que se da en la vida real más de lo que creemos.
ResponderEliminarLa intuición de madre, desde hace siglos es un grado.
Encantada de pasarme por tu blog.
Un abrazo.
Yo creo que la intuición materna es ancestarl, va con nuestro instinto. Pero qué pocas veces podemos provlamarla. Gracias por paticipar. Un beso
EliminarEl amor de madre, que afina la intuición. La cuestión es que cuando le destape la realidad del novia a Candi, le romperá el corazón; pero si calla, será ella quien lo tenga roto y además el cargo de conciencia por no decirselo. Difícil situación.
ResponderEliminarBss.
Así es, no podías haberlo planeado mejor. Sole lo tiene dificil. Gracias por comentar. Un beso
EliminarNos habría gustado un final mejor pero ese el que tu le has dado es el único posible. Muy buen relato. Abrazos
ResponderEliminarEl otro final hubiera destruído a su hija, simplemente lo ha retrasado. Nunca sabemos qué es mejor o peor. Gracias por estar aquí. Besos
Eliminar¡Ay las madres... viendo más allá de nuestras vistas!
ResponderEliminarjajaja Creo que es nuestra labor de madre. Adelantarnos a los acontecimientos. Pero qué pocas veces nos equivocamos. Beso
EliminarY ademas es que le toca callar pues sino tendra en contra a su hija. Cada uno aprende de sus errores y no se porque en las familias hay historias que se repiten. Muy bien narrado, besos.
ResponderEliminarNadie aprende en cabeza ajena, dice el refrán, y qué cierto es. Gracias por paticipar. Un bese
Eliminary que cada uno elija el final de la historia ... genial .. Y gracias por el documento gráfico que tantos recuerdos me trae ...besis
ResponderEliminarFinal abierto para qu cada uno lo cierre como quiera. Gracias por venir hasta este lugar de encuentro.
EliminarSi es que ya ducen que el amor es ciego, y como antes no se convivía hasta que te casabas, después venían los priblemas.
ResponderEliminarMuy bien relatado.
Un beso
El amor debe ser así, ciego, pero la razón y la intuición deben de sujetarlo. Un beso fuerte, Carmen
EliminarUn buen consejo a tiempo quizás pueda hacerla reflexionar y escuchará si la crianza es buena.
ResponderEliminarRelato conmovedor, un abrazo
Eso intentará Sole, hacerle ver en lo que se está metiendo, con la experiencia que han vivido no le será difil. Gracias por venir. Un beso
EliminarEsta historia es la vida misma...las madres no pueden evitar ese sexto sentido.. vamos, nueve sentidos tenemos, pero a una sólo le queda aconsejar y al menos yo siempre les decía a mis hijos y les digo diciendo: " Al final, ustedes harán lo que decidan, diga lo que yo diga, pero al menos me quedara la satisfacción de que nunca me dirán que no les previne "...
ResponderEliminarBesossss