Sir
Arthur Rolling llevaba caminando por la selva cuatro días. Según el mapa que consultaba
cada pocos metros, enseguida daría con la ansiada tumba. Toda una vida dedicada
a encontrar los restos de una tribu perdida que adoraba al dios sol y de la que
se decía que era tanta su riqueza que la exhibían por los caminos.
Había
atravesado tres fronteras buscado a quién supiera el significado de aquel mapa
que había hallado entre las pertenencias de un misionero muerto de una
desconocida enfermedad.
En
la selva todo eran ruidos, llevaba tanto tiempo andado por ella que casi ni lo percibía, por eso llamó su atención que de pronto se hiciera un silencio
sepulcral, justo cuando llegaba a la zona marcada con una “x” en el plano. Se
paró de golpe y oteó a su alrededor. No le fue difícil descubrir una cueva
escondida entre la maleza tapada por una piedra. Con un fuerte rama hizo
palanca hasta que consiguió una pequeña apertura. Se adentró por los pasadizos
oscuros y fríos apenas iluminados por la antorcha que portaba. Unos minutos
caminando y llego a una especie de sala. Acercó la llama y contemplo cientos de
cadáveres momificados apilados, formando una pirámide en cuyo vértice reposaban
el rey y la reina. A su alrededor, como si fuera una barrera que los protegiera
estaba el gran tesoro: utensilios de todas clases de oro y plata labrados y
adornados de piedras preciosas, abalorios, joyas… Su emoción era tan grande que
se sentó en el suelo a contemplar el espectáculo. Cuando se repuso franqueó la
barrera para ver mejor las momias y en
especial a la reina. Sus rasgos eran de gran belleza a pesar del tiempo y la
momificación. El caballero se sintió tan atraído por ella que le acarició el rostro.
La
maldición que pesaba sobre aquellos restos se puso en marcha. En su piel quedó
prendido el tan temible virus que a pesar de los siglos vivía en la reseca piel
para proteger a su reina de los intrusos.
A
sir Arthur lo encontraron muerto en mitad de la selva, sangraba por la boca.
Los que lo portearon hasta el poblado cercano se contaminaron y así se
desencadenó la mayor plaga que el mundo ha soportado desde que es mundo. Solo
sobrevivimos unos pocos, los que huimos en naves espaciales y que ahora
buscamos una tierra donde asentarnos.
Harold
cerró el libro de cuentos y arropó a su princesita que dormía desde hace tiempo.
Salió del dormitorio y fue hasta el salón, se tumbó delante del gran ventanal
junto a Jodi. Les gustaba contemplar las estrellas antes de ir a dormir.
El mal se va extendiendo lentamente y no hay forma de dominarlo...muy buen relato, Ma José!
ResponderEliminar=)
Lo curioso es que tal vez no hubiera pasado si el explorador se hubiera llevado el tesoro.
ResponderEliminarPero era más inclinado a apreciar la belleza de una mujer. Ironicamente, eso desató la plaga.
Y tal vez la reina, siga en parte viva, condenada a a soledad, de que nadie la toque sin morir. Y abandonada en un mundo muerto.
Que historia extraña para contar a una hija antes de que duerma.
Me encanto tu relato, María José!
ResponderEliminarLa curiosidad mato al gato reza un dicho. Tu protagonista no solo lo mato la necesidad de ir en busca de tesoros, sino la belleza aun reflejada en la momificación de una mujer. Y para rematar fue el originador de la destrucción de un planeta. Estupendo final!
Besos
Los pelos de punta..tan real y taaan real. Muy bueno.
ResponderEliminarUffff
ResponderEliminarCon lo que estamos viviendo en los últimos días, me has puesto los pelos de punta.
Bueno, mejor no leerle ese cuento a la pobre niña, porque te da un miedo que déjate estar.
ResponderEliminarMuy bien relatado
Un abrazo
¡Ay que angustia, menos mal que era un cuento!
ResponderEliminarLa pobre chiquilla, se dormiría sin rechistar.
Un besote
Una historia de lo más interesante. El virus inmortal que se propaga hasta casi acabar con la humanidad. No sé, pero parece que de una manera u otra parecemos condenados a que algunos de estos virus, ancestral o moderno, acabe con todo lo que conocemos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Excelente relato! Tiene ritmo y suspenso, además de que la historia parece más real que ficticia, el hombre en la eterna búsqueda de tesoros sin medir las consecuencias que pueden tener estas aventuras hacia generaciones que usaban todo tipo de protección para no ser profanadas.
ResponderEliminarEl final es genial, y sorprende.
Un beso enorme.
Delicioso texto, a pesar de la envenenada piel reseca de la Reina. Hoy siglos después, todos aquellos afortunados terrestres viven entre nosotros metamorfoseados en abejas.
ResponderEliminarBesos
Primero te felicito por el final que me he llevado una sorpresa, no esperaba que fuera el cuento que están leyendo a la niña. Luego saco una conclusión, los hombres no se resisten a la belleza femenina ni aunque esté momificada. Somos los verdaderos tesoros.
ResponderEliminarBesos
Un virus que acabó con la humanidad por la curiosidad y la avaricia de alguien...qué raro no? Es difícil de creer! Bueno, fuera de bromas el relato es estupendo, me recordó las películas de Indiana Jones.
ResponderEliminarUn beso
con o sin plaga, maría josé, yo quiero viajar en una de esas naves, quiero que un mi abuelo o una mi abuela, me cuente cuentos de la tierra vista desde el espacio o no vista por estar allende del sistema solar....
ResponderEliminarmedio beso.
La ambición y el deseo,siempre presentes, luego viene el desenlace.
ResponderEliminarEntretenido cuento, porque menos mal que era un cuento.
Besos.