Me
crié en un patio. Un patio lleno de macetas de pilistras que mamá regaba por la
mañana temprano antes de que diera el sol, solía decir; aunque ahora que lo
pienso, el sol nunca entraba en ese patio porque era un patio interior. De vez
en cuando con una bayeta limpiaba cada hoja, con paciencia, una por una, y eso
que había muchas; las limpiaba no solo porque se empolvaban, sino porque como
decía ella refunfuñando, los vecinos tenían la mala costumbre de sacudir las
migas de los manteles sacándolos por la ventana de la cocina, y caían en
nuestras verdes plantas. Una época, haciendo caso a doña Lutgarda, la vecina
del primero derecha, las limpió con cerveza para sacarle más lustre pero al final se
quedaban muy pegajosas y terminó abandonando esa costumbre. Cuando fui mayor me
enteré que llamamos pilistras a esas plantas aunque en realidad su nombre es
aspidistras, son originales de China, Himalaya y Japón; y me pregunto: ¿cómo es
que llegaron a nuestros patios desde tan lejos?
Nuestro
patio era privado, vivíamos en un piso bajo y teníamos la suerte de tenerlo para nosotros solos; bueno, en realidad lo compartíamos con los grillos.
Sí, unos bichejos marroncillos que con frecuencia nos visitaban en verano cuando
el calor arreciaba. Buscaban el frescor de las macetas, se metían entre las
hojas, y comenzaban a cantar: cri-cri-cri, toda la noche, hasta que mi hermana harta
de oírlos y de que no la dejaran dormir, con sigilo, se lanzaba a la caza de esos insectos tozudos que no
se cansaban de frotarse las alas. Cuando mi hermana se marchó de casa, heredé esa
afición y, aún hoy, cuando los escucho recuerdo aquel tiempo y una gran sonrisa
ilumina mi rostro.
Me
crie en un patio privado lleno de plantas en el que ante la atenta
mirada de mamá jugaba a las muñecas, a los recortables, al diábolo y por
supuesto al corro con mis amigas. Entonces, entonábamos la canción: El patio de mi casa es particular, cuando
llueve se moja como los demás, agáchate..., pero no, mi patio no era como
los demás, mi patio era especial, lleno de pilistras y grillos, el rincón más feliz de mi
infancia.
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