Algunas veces
Mercedes no entiende ese interés desinteresado de todos porque se eche
pareja... Se encuentra delante del espejo mirándose perpleja. Sus pensamientos la acercan a las obras de arte, ¡si Miró levantara la cabeza!...
-piensa.
Se ve digna candidata
a su obra con ese tiznón rojo en los labios y ese traje pasado de moda en el
que casi ni entra y marca el paso del tiempo en sus caderas - ¡Ay, Mercedes
quien te ha visto y quién te ve!. Por segundos su viejo chándal le llama a
gritos, desea no presentarse.
Sacó las medias del
cajón y se sentó al borde de la cama, no sin trabajo, las deslizó por sus
piernas como si de una caricia se tratara, hay cosas que no se
olvidan. Todavía recuerda el tacto de las de nailon que estrenó con sus
dieciocho primaveras. Ahora a su edad, estos nervios, este rosario de
detalles ¿para qué?- se decía. Una vez pasara el trago tendría unas palabritas
con su hija. Su soledad no estaba tan mal...
Fernando descolgó el traje del armario y lo puso encima de la cama. Ese gesto le recordó a su Micaela. Diez años de la muerte y diez años que no se ponía el “traje de vestir”, como ella le gustaba decir. Suspiró hondo. Aún se acordaba de lo bien que le hacía el nudo de la corbata y los piropos que le echaba cuando lo veía emperejilado de domingo. Volvió a suspirar y encaminó sus pasos hacia el cuarto de baño y, se miró en el espejo. Casi no se reconoció. Había engordado, le había salido papada, las entradas eran autopistas en su frente..., se veía fatal. No debía de haberle hecho caso a su hermana. Cuando se lo dijo pensó que era una broma de mal gusto, pero cuando le insistió en que era verdad y que ya tenía una cita, no tenía más opción que matarla o asistir a esa cita a ciegas. Y se sentía tan solo sin su Micaela que decidió acudir a ese encuentro. Lo peor de todo, la foto que su hermana había puesto de él en la página de contactos.
Fernando descolgó el traje del armario y lo puso encima de la cama. Ese gesto le recordó a su Micaela. Diez años de la muerte y diez años que no se ponía el “traje de vestir”, como ella le gustaba decir. Suspiró hondo. Aún se acordaba de lo bien que le hacía el nudo de la corbata y los piropos que le echaba cuando lo veía emperejilado de domingo. Volvió a suspirar y encaminó sus pasos hacia el cuarto de baño y, se miró en el espejo. Casi no se reconoció. Había engordado, le había salido papada, las entradas eran autopistas en su frente..., se veía fatal. No debía de haberle hecho caso a su hermana. Cuando se lo dijo pensó que era una broma de mal gusto, pero cuando le insistió en que era verdad y que ya tenía una cita, no tenía más opción que matarla o asistir a esa cita a ciegas. Y se sentía tan solo sin su Micaela que decidió acudir a ese encuentro. Lo peor de todo, la foto que su hermana había puesto de él en la página de contactos.
Ya en la cafetería Mercedes
se sintió aún más ridícula viendo como pasaban los minutos y su cita no
llegaba. Al sentarse en la barra fue consciente de que aquel
traje la traía por la calle de la condena con su estrechez.
Fernando con
disimulo se fue acercando a la barra, nadie cuadraba con la imagen que su
hermana le había dado. Pidió un gin tonic. Por el rabillo del
ojo contempló las rodillas prietas, como al le gustaban, de la mujer
que estaba sentada a su lado y que por todos los medios intentaba
cubrir tirando de su estrecho vestido, sin conseguirlo.
¡Valiente indiscreto!-
pensó... aunque en el fondo se sentía halagada. No dudó en regalarle una
sonrisa que rompió el hielo. En cinco minutos estaban en una conversación amena
y distraída; el tiempo voló, llegando así la hora de la despedida. En
la puerta de aquel bar donde ambos
quedaron plantados...se citaron para el día siguiente.
En el cielo un
ángel medio desnudo que portaba un arco y unas flechas reía a carcajadas y se
pavoneaba ante sus amigos diciendo: "Donde se ponga Cupido que se quite
Meetic"
Relato a cuatro manos: María José Moreno y Matices
Más relatos en el blog de Juan Carlos
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