Ayer terminé de leer la novela El muñeco de nieve de Jo Nesbo.
Sinopsis:
Pronto caerán las primeras nieves. Y entonces él reaparecerá. Y cuando la nieve se haya fundido, se habrá llevado a alguien más. Un chico se despierta y descubre que su madre ha desaparecido. La busca por toda casa; no hay ni rastro de ella. Pero al mirar hacia el jardín, ve que su bufanda favorita cuelga del cuello de un muñeco de nieve. Y cuando Harry Hole y su equipo empiezan a investigar, descubren que un número alarmantemente alto de esposas y madres han ido desapareciendo en los últimos años. Todo parece indicar que este no es un caso aislado. Poco después desaparece una segunda mujer y las peores sospechas de Harry parecen confirmarse: se enfrenta a un asesino en serie que opera en su ciudad.
Os la recomiendo. Aunque tengo que reconocer que seguir los nombres noruegos me ha llevado a tener que volver hacia atrás un par de veces, la trama es ágil, bien elaborada y hasta el final, casi, no das con la solución, es decir con la identidad del asesino. No sólo entretiene sino que te hace reflexionar.
Tenía mucho interés en leerla, desde que leí unas declaraciones del autor en referencia al Mal. El autor hablaba de la maldad como la ausencia de bondad, y de esa manera lo expresa el protagonista de la novela Harry Hole, que incluso plantea el miedo que uno puede tenerse a sí mismo, si esa aseveración es cierta.
Conforme avanza la novela las preguntas van surgiendo:
¿La locura y la maldad son dos cosas distintas o simplemente hemos decidido llamar locura a los casos en que no entendemos la finalidad de la destrucción? Somos capaces de entender que alguien suelte una bomba atómica sobre una ciudad llena de civiles inocentes, pero no que otros se dediquen a acuchillar prostitutas portadoras de enfermedades y de decadencia moral en los bajos barrios londinenses. Por eso lo primero recibe el nombre de realismo y lo segundo, el de locura
¡Qué razón lleva! Por desgracia asistimos con frecuencia a hechos cometidos por personas a los que no encontramos explicación alguna y que calificamos de locura. Sucesos como el caso Breton y el más cercano en el tiempo, el caso de la niña Asunta Basterra, movilizan en nosotros demonios internos y para poder librarnos de ellos etiquetamos de locura lo que simplemente es Maldad.
En el imaginario social, los actos malévolos, sorprenden, asustan tanto que se recurre a la incomprensibilidad como camino hacia la exculpación. Negar la autonomía del Mal es negar una parte de la realidad de la vida cotidiana.
Los psiquiatras, que tratamos a diario con la locura, tenemos más clara la diferencia. Sabemos, en contra del estigma que acarrea, que la mayoría de pacientes con enfermedad mental no son personas violentas. También sabemos que existen personas con trastornos de personalidad en los que su personalidad se caracteriza por una falta absoluta de empatía, son incapaces de ponerse en el lugar del otro, y ello los lleva a considerar al resto de personas como meros objetos que pueden ser destruidos, aniquilados y lo más importante libres de culpa.
Al final de novela Harry habla con un psicólogo forense que le dice:
Al final de novela Harry habla con un psicólogo forense que le dice:
Cuanto más viejo soy, más me inclino a pensar que la maldad es maldad, con o sin enfermedad mental. Todos somos propensos cometer actos malvados, pero nuestra predisposición no puede librarnos de la culpa...
¿Y si es cierto y todos somos propensos a cometer actos malvados?
© María José Moreno, 2013
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