Mateo se quitó sus pequeñas gafas y las depositó sobre la mesa. Restregó con ambas manos sus cansados ojos, sin obtener alivio. La diminuta letra de aquellos tratados de Filosofía parecían pulgas que se movían sin que él pudiera detenerlas para intentar componer y descifrar el mensaje que portaban. Le quedaban pocos días para jubilarse y parecía como si el peso de los años se hubiera cebado con él en aquellas sus últimas semanas. Estaba triste. Tenía que reconocer que el alejamiento de su cátedra, de los alumnos, de los libros, le producía una gran congoja. Aquella era su vida, por fuera no había nada.
Ramón tocó a la puerta y entró con sigilo como era habitual en él. Era de esas personas que nunca quieren molestar. Hablaba pausado y con un tono de voz bajo. Muy responsable y estudioso, era el discípulo preferido de Mateo.
—Don Mateo, buenos días, quería avisarle de que me voy a clase.
—Muy bien, señor Fernández. ¿Qué explicará usted hoy?
—La fenomenología de Husserl, don Mateo.
Mateo, pensativo, le vio alejarse. No le consideraba preparado para dar aquella clase. Era muy importante que los alumnos captaran bien el concepto de fenómeno y creía que Ramón, tan poquita cosa, no tenía espíritu para despertar el interés en los alumnos que aquella clase requería. Sin embargo, tenía que ceder terreno. A la fuerza, pero debía hacerlo.
Intentó volver a los libros, pero la inquietud le impacientaba. Desconfiaba de los conocimientos de Ramón y eso le hacía aún más difícil su marcha. Creía que cuando él ya no estuviera todo se iría a pique.
Decidió ir hasta el aula y escuchar tras la puerta las explicaciones de Ramón. De esa manera podía aconsejarle antes de su partida en aquello que debía mejorar. Eso fue lo que se dijo, pero en realidad sentía envidia de que su discípulo estuviera con los alumnos, explicando aquellos temas que él había disertado miles de veces a lo largo de su larga vida universitaria.
La puerta estaba entornada y se situó en un ángulo desde el que no podía ser visto. Lo primero que le impresionó fue la atención que los jóvenes le prestaban; lo segundo, el mismo Ramón. Había sufrido una transformación. Subido en la tarima no parecía el apocado y vacilante muchacho. Se le veía erguido, seguro, con prestancia. Le recordó a él mismo cuando era joven. Parecía que se estuviera viendo en un espejo. Las palabras que pronunciaba llamaron su atención. Eran las mismas que él tantas veces había pronunciado, un tono parecido, el inciso en el momento preciso para captar a la audiencia.
Unas lágrimas de alegría asomaron a sus ojos cuando escuchó que Ramón le nombraba. Alababa sus investigaciones y los magníficos conocimientos y aportaciones que él había hecho al campo de la filosofía. De repente, se dio cuenta de lo mal pensado que había sido y de que no debía estar allí.
La envidia dio paso al orgullo. Él le había enseñado y ahora, en sus carnes recibía su última lección. Era hora de dejar el sillón vacío. Tenía un buen repuesto. Su discípulo se había convertido en un excelente maestro.
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Siempre es asi. El discipulo es mejor que el maestro porque a lo aprendido de este, añade su propia creatividad y el producto final es mucho mas rico. Pobre maestro al que no le aventajen sus discipulos
ResponderEliminarSin relevo la vida se acaba... más vale que sean buenos para evolucionar.
ResponderEliminarToda una leccion de lo que deben ser los buenos maestros y del respeto, lealtad y agradecimiento que deben profesar los buenos discipulos. Ojala podamos seguir mucho tiempo orgullosos de nuestros maestros y de nuestros discipulos
ResponderEliminarLa verdad es que muchas veces cuesta delegar en los demás lo que hemos considerado nuestro deber durante mucho tiempo, por suerte él tuvo la oportunidad de comprobar que había sido un buen maestro que supo enseñar adecuadamente a un alumno que además sabía apreciar sus conocimientos y su esfuerzo
ResponderEliminarUn beso de Mar
t0davia n0 he enc0ntrad0 a nadie imprencisdible...buen0, s0l0 a mi...a mi nadie me puede sustituir a la h0ra de b¡vivir mi vida...
ResponderEliminarmedi0 bes0.
Consigues que me haya emocionado. El perfil emocional està lleno de altozanos.
ResponderEliminarSubo y bajo con sus dudas. Y me alegro, luego, extraordinariamente.
Con este tìtulo tremendo, "La ùltima lecciòn", me has puesto al mismo tiempo al principio y al final.
Tèsalo
Con este tìtulo tremendo...., me has puesto al mismo tiempo al principio y al final.
ResponderEliminarCreas un clìmax.
No debe ser fácil quedarse en la sombra, es preferible que podamos mirarnos en los otros como en un espejo y no perder la sonrisa.
ResponderEliminarUn beso
Queridos todos, al final con poco tiempo pude hacer este relato para no dejar pasar la oportunidad que nos daba Tésalo.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestras palabras hacia él.
Gracias TitoCarlos por estar por este mi lugar de encuentro y dejarme estas lindas palabras
Mar, llevas razón a muchos les gusta poco delegar pero el buen discípulo es lo que deseamos todos los que enseñamos.
Gustavo, eres imprescindible, te aseguro que no seria lo mismo este blog sin tus comentarios.
El hecho de que te hayas emocionado, Tésalo, me es suficiente para haberme dado prisa por escribir este relato, sin apenas tiempo para revisarlo.
Rosa, estoy contigo, poder mirarnos en alguien es algo especial y bueno por sentir.
Manolo, tan fiel como siempre a mis relatos, gracias.
Gracias, a mi maestro.
María José, por fin aquí estoy luego de mis obligaciones laborales, disfrutando tu relato. Cuantas veces uno piensa que nadie hará mejor que nosotros las tareas, en cambio nos vamos y el mundo sigue andando.
ResponderEliminarMuy buena lección.
Besos muchos y que todo salga bien
PD: aquí no podía acceder desde Tésalo, el privado es el Spaces Live.
Qué humano, qué digno, qué personaje veraz nos traes al relato.
ResponderEliminarUna lección más para aprender, y tú siempre compartiendo tu buen decir.