En el campo de refugiados Melchor cargaba con una garrafa de agua de gran tamaño. Pesaba demasiado y la dejó en el suelo para descansar. Los gritos de los niños jugando al futbol llamaron su atención. Le hubiera encantado estar con ellos, pero hacía poco que había llegado al campo y aún no tenía amigos. De repente, la pelota llegó a sus pies. Uno de los jugadores lo apremió para que le devolviera el balón. Melchor lo cogió y lo acarició. ¡Era de verdad! No se parecía en nada a los que él se fabricaba con restos de telas que le daba su madre. —¡Vamos!, lánzalo que estás interrumpiendo el juego —gritó Baltasar. Melchor sintió que alguien tocaba su hombro y se giró: —Hola, soy Gaspar. ¿Te apetece jugar? —Me gustaría, pero tengo que llevar el agua a mi madre. —Parece que pesa mucho, si quieres te ayudamos y así podrás venir a jugar. ¡Baltasar! Ven a ayudarnos, por favor. Baltasar se acercó a ellos y se presentó. Melchor también lo hizo. Ent
Blog literario de la escritora María José Moreno