Rogelio aceptó trabajar en la mina, como habían hecho su padre, su abuelo y su bisabuelo, por un escaso sueldo y una mísera vivienda. En el fondo, se sentía muy afortunado al poder ofrecer a su mujer, entonces embarazada de su primer hijo, un techo que los cobijara. Diez años después y dos hijos más habían dado al traste con su felicidad. La habitación estaba en los barracones de los mineros, era en parte semienterrada y en apenas seis metros cuadrados vivían hacinados los cinco miembros de la familia.
En la cantina, Rogelio ojeaba un periódico atrasado y se quedó mirando un anuncio que a duras penas pudo leer. En él se ofrecía trabajo en la capital con vivienda incluida. Muy contento, fue al locutorio del pueblo y llamó al número de teléfono que, a gran tamaño, aparecía en la noticia y aceptó el trabajo, si consultarlo con nadie, en una gran fábrica de piezas de automóviles.
La familia, ilusionada al de poder mudarse de aquella opresiva estancia en la que apenas entraba la luz por la única ventana que tenía, recogió sus escasos enseres y con ellos a cuestas se dirigieron a la parada del autobús. El viaje, emocionante para todos que nunca habían salido de la cercanía de la mina, los llevó hasta el centro de la ciudad.
Con los ojos muy abiertos recorrieron las calles transitadas de personas apresuradas y con un ruido infernal al que no estaban acostumbrados.
Dos horas caminando y llegaron a la dirección que le habían dado. Les fue imposible no mirar hacia arriba. Delante de ellos una enorme mole con un sinfin de ventani
tas los saludó.
Los niños se quedaron boquiabiertos. Rogelio miró a su esposa que, con el rostro serio, intuyendo lo mismo que él.
—Papá, papá, ¿ahí vamos a vivir? —preguntó el pequeño.
—Eso parece —respondió Rogelio, soltando en el suelo los bártulos que ya le pesaban.
—Pues a mí no me gusta —replicó el chiquillo.
—Hemos pasado de hacinados en horizontal a hacinados en vertical —musitó la
mujer con resignación y emitiendo un sonoro suspiro
Me ha recordado a la película española Surcos (que de paso recomiendo). Gente de pueblo que se muda a la ciudad en busca de mejorar económicamente. Me ha gustado mucho este relato con una brillante simpleza.
ResponderEliminarUn saludo
¡Qué fuerte eso de pasar de hacinados en horizontal a hacinados en vertical en la colmena citadina! Igual, espero que a esta familia le vaya mejor que en el barrio minero.
ResponderEliminarBesos
El texto lleva una carga de protesta y bien hecha, esa frase última de Rogelio es clave .
ResponderEliminarUnm muy buen texto .
Gracias y feliz tarde.
Besito.
Impresionante la realidad de las colmenas. Topos y abejas. Pero algo bueno ha de tener ser abeja aunque se sea obrera.
ResponderEliminarUn beso.
Muy bueno. pasando de un agujero en el suelo, a una agujero de colmena. Pero eso lo vivieron millones de personas en España. Y sis duda pensaron y dijron cosa parecidas ala esposa de Rogelio y esos hijos.
ResponderEliminarEncantador post. Y de denuncia, combinación perfecta. Un abrazo
Que verdad!! cuantos son los que migran a las grades ciudades buscando mejoría para su vida y los suyos, y muchas veces, son engañados o en este caso, ver que el cambio no lo ha mejorado, hasta quizás ya no disfrutaran de ese poco sol que les entraba en aquella pequeña ventana.
ResponderEliminarUna mudanza a la realidad.
un abrazo María José :)
Difícil la vida de quienes deben resignarse a aceptar lo que aparezca para sobrevivir, apenas ganándose unos pesos. Con todo, prefiero la colmena, antes que vivir como topo. Aunque es cuestión opinable.
ResponderEliminarUn abrazo
Dura la vida del obrero y su familia: hacinamiento, poco espacio...pocas veces cambias para mejor. Has retratado una realidad palpable aún hoy. Gracias por participar. Besos.
ResponderEliminarUna denuncia muy clara de como se vive cuando la vida es misera, cambiar lo de siempre por lo mismo no tiene sentido porque lo de siempre es mas nuestro. Un abrazo
ResponderEliminarDe topos y abejas, junto con pegado.
ResponderEliminarLleva denuncia tu relato
un abrazo
La mayoría de las veces la vida es dura tras una mudanza porque casi siempre se va tras el pa prometido.
ResponderEliminarEs una pena meemocioné con tus protagonistas.
Yo siempre he pensado que es antinatural vivir unos encima de otros...cosas de la sociedad disciplinaria que llamaban, sociedad colmena, vida colmena...y lo peor es que no tiene pinta de que nada vaya a cambiar a corto plazo.
ResponderEliminarTu relato da que pensar...