jueves, 31 de diciembre de 2020

Mi recuerdo en este final del 2020 para los que no están y sus familias

 

 


 

Recién iniciado el 2020, con la lista de deseos aún por estrenar, el Covid 19 se apoderó de nuestras vidas. Nos vimos obligados a parar, encerrarnos en casa y asistir, sin poder hacer nada, a la pérdida de muchos compatriotas por culpa de este virus. Además del dolor por la pérdida, las familias tenían que pasar por no poder despedirse de ellos y enterrarlos en soledad. Para mí ha sido lo más duro de esta pandemia. Y no solo ocurrió en la primera ola, sino que creíamos que con el verano todo se iba a solucionar y llegó, sin pausa, el segundo rebrote y siguieron muriendo miles de personas dejando a sus familias huerfanos y sin consuelo. 

Yo no he perdido a nadie, pero en mis soledad del confinamiento imaginaba lo duro que debía ser estar ingresado, aislado de los que te quieren, sin saber si el bicho iba a poder contigo. Me ponía en sus zapatos. Nada más pensarlo, la angustia me corría por dentro; por eso, creo que todos estamos de acuerdo en que lo peor de esta pandemia han sido los muchos miles de fallecidos. 

Pero no solo ha traído muertes físicas sino que también, debido a las medidas que sin más remedio hubo que tomar, se ha producido un deceso económico. En ese caso nos encontramos en unos de los peores momentos económicos de nuestra historia contemporánea como país y esto, como es lógico, me apena. Cuando voy paseando y veo los comercios cerrados o cuando en la consulta me cuentan lo mal que están por la pérdida del negocio o del trabajo, me vuelve a asaltar esa angustia que me hace ponerme en su lugar y pienso que la pandemia nos ha "jodido", y mucho.

Estos últimos días, he leído en las redes sociales frase referidas al año 2020 como: «Un año de mierda», «Adios al peor año», «El 2021 lo tiene fácil, nunca puede ser peor que este»... y muchas por el estilo. Y de nuevo, siento la angustia recorrerme por dentro. Porque yo tengo algo de supersticiosa y, a veces, el pensamiento mágico me domina. Al igual que cuando soy muy feliz me da miedo decírlo por si se tuerce, creo que este 2020 puede que no sea lo peor.

Sé que todo depende de la cara del prisma por el que se mire la vida. Lo sé. Por eso, puedo decir que con independencia del Covid, cada año tiene cosas buenas y malas, que es una vivencia particular y eso influye en nuestra catalogación del año en custión.

Como decía antes, yo no he perdido a nadie, he cumplido con las normas sanitarias,  he tenido la suerte de no contagiarme hasta el momento (no lo diré muy alto), he podido continuar con mi trabajo de manera virtual y presencial, los mios están bien y además un nuevo miembro, mi nieto Daniel, ha venido a aumentar nuestra familia para alegranos la vida. Claro que he echado de menos los viajes, las reuniones con amigos,  los congresos para departir cara a cara con los compañeros, las clases con alumnos sin mascarilla, la lejanía de los pacientes, el no poder verles la cara... y sobre todo, he echado en falta los abrazos y los besos de los que me quieren. Pero he podido estar con ellos y disfrutar de su lejana compañía. Y soy feliz por ello.

Como os decía antes, soy un poco supersticiosa y, a veces, se me viene a la cabeza el refrán español: «Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer» y se me pone los pelos como escarpias. 

Sin embargo, ante todo, quiero ser positiva.  Tengo ganas de disfrutar, de compartir y departir, de amar, de crear, de luchar, de perder y ganar...; en definitiva, de vivir.  Confío en la ciencia, en nuestros sanitarios que son unos campeones y espero y deseo que en el próximo año el virus se aleje de la humanidad y vuelva al lugar del que no debío salir, o al menos, nos visite solo estacionalmente y dispongamos de medidas para atajarlo.

También confío en los hombres. Sé que hay mucho irresponsable, pero los responsables somos muchos más.

No lo tenemos fácil, pero entre todos lo conseguiremos. El año 2021, nos traerá más de los mismo, pero nosotros somos un año más sabios y expertos y eso no nos lo quita nadie. 

Brindo porque la Salud nos acompañe y porque, poco a poco, vayamos volviendo a la normalidad. 

¡Nos leemos en el 2021!



jueves, 17 de diciembre de 2020

Este jueves un relato: Dulces

 

 
          Confieso ante todos que soy un borracho.  En mi descargo debo decir que no siempre fue así y aunque no me crean porque eso solemos decir todos los que estamos aquí, la culpa no es mía.
        Mis orígenes se remontan, más o menos, siglo arriba, siglo abajo, a la época en que las legiones romanas atacaban el poblado de Asterix y Obelix, sin que se encuentre referencia alguna a que yo fuera consumidor de ese venenoso líquido que según cuentan perturba la mente, desinhibe las pasiones y saca lo peor de cada uno;  y que el hombre es bien dado a verter tanto directamente en su gaznate como en todo aquello que ingiere, véase salsas, carnes, pescados, dulces…

Nací con la intención de perdurar. De ahí mi nombre que remarcaba mi doble cocimiento (bis-coctus), de esa manera se aseguraba mi durabilidad como manjar de pobres y ricos en épocas de penurias.

Mi esponjoso cuerpo, suave mezcla de harina, levadura, mantequilla, clara montada, yema de huevo y azúcar no necesita de ese caldo dulzón y ambarino con el que me riegan, que penetra despacio en cada uno de mis poros hasta los más recónditos lugares. Y sin embargo, lo utilizan. Unas veces me bañan en coñac, otras en ron, con licor de café, de cerezas o con whisky… convirtiéndome en un borracho.

Sí, señores, soy un bizcocho borracho por arte y gracia del hombre. Sí, señores, soy un engendro más de esa creativa mente humana que busca satisfacer al máximo su sentido del gusto y del que se hizo dependiente, denostando mi fórmula clásica por  esaboría, empalagosa, seca y sin gracia.

Y aquí me tienen, penando por mis pecados, que no son mis pecados.

En la actualidad. En esta época que nos ha tocado vivir no estoy bien visto, me señalan, me increpan, me rechazan. Ya no sirvo como desayuno y merienda de niños. Totalmente prohibido en enfermos, que antes se beneficiaban de mi nutritiva composición ante su falta de apetito. Ninguna embarazada me prueba, cuando antes era indispensable en su dieta… Ya no tengo cabida en este mundo postmoderno de vida sana, de gimnasio, de comidas light y, como no, antialcohólico.

Confieso que soy un borracho y que quiero dejar de serlo. Sólo con su ayuda puedo conseguirlo. Por favor, no me rieguen, no me bañen, no introduzcan en mí ese maldito licor de Baco que embriaga, responsable de muertes y accidentes. Déjenme seco, pastoso, aburrido. Como mucho, échenme algún yogur que lleve bífidus, que no sé lo que es pero dicen que es muy sano. Es la única manera que tengo de sobrevivir, de perdurar por los siglos de los siglos. De dejar esta intolerable adicción.

     Y sin más, ruego me disculpen pero me tengo que marchar. En unos minutos comienza la terapia de Adictos al Azúcar y no puedo faltar, estoy en proceso de convencimiento de las excelencias del edulcorante.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Este jueves un relato: Cerrando un jueves de dulces

 

 

Llegó la hora de cerrar esta convocatoria. Gracias a todos los que habéis participado con vuestras diferentes y originales de acercaros al tema de los dulces. Todo tiene cabida y todo es posible, sea el tema que sea, porque cada juevero es único en su inspiración.

Os deseo lo mejor para esta fiestas y que el próximo año sea benévolo con nosotros y nos sigamos leyendo. Un fuerte abrazo.

El ptoximo jueves será en el blog de Cass

 

Se nos apuntan a los dulces:

Molí del Canyer

Rodolfo

Albada Dos 

Sintiendo en la piel... Lucía

Campirela

Alfredo 

Max Estrella 

Tracy 

Yo misma

Neogéminis 

Monserrat Sala 

Mar 

Charo Bolívar 


Mis queridos jueveros, estamos en el mes de los dulces por excelencia y es una tortura. Los mantecados, los mazapanes, los turrones, los roscos de vino... suponen un desafío a nuestra fuerza de voluntad, que casi siempre perdemos, con el consiguiente esfuerzo en enero para recuperar los kilos cogidos.

Como dice el refrán: «A nadie le amarga un dulce» y llevamos un años con tantas penas que ya es hora de que tomemos alguno.  Así que de dulces vamos a hablar este jueves. 

Si os gustan o no, cuáles son vuestros preferidos, qué se come a este lado del mar y al otro, la adicción al chocolate, mi vida por un dulce, los dulces de nuestra infancia, los dulces caseros, las pastelerías, las tortas y las tartas... Y todo aquello que vuestra imaginación proponga.

Las normas ya las sabéis: unos 350 palabras y dejad el enlace el miércoles por la noche en esta entrada.

 ¡Os espero!

jueves, 29 de octubre de 2020

Este jueves un relato: La muerte

 

 

 

 

 


La noche era negra, muy negra. El Camposanto era una fiesta. Las almas se movían de un lado a otro nerviosas, cotilleando de sus cosas después de trescientos sesenta y cinco días sin hablar. Las brujas volaban en sus escobas y los fantasmas ululaban intentando asustar a los zombis que se desperezaban con movimientos artrósicos.

Los zombiblogs se reunieron, como cada año, alrededor de la tumba de su Maestro, el ilustrísimo escritor don Anselmo Reyes Candau.

—Mira que somos masoquistas. Todos los años nos congregamos alrededor de esta tumba, en la que él descansa plácidamente mientras que a nosotros nos hechizó privándonos del descanso eterno. al condenarnos a errar de blog en blog, para adquirir práctica literaria, por no haber sido capaces de publicar una novela en vida. ¡Menuda chorrada! Nos ha castigado por no cumplir sus expectativas y nos ha convertido en esclavos de los blogs —dijo Laura muy enfadada.

—Venga, no te hagas mala sangre. Ya no tiene arreglo. ¿Y cómo os ha ido el año? —preguntó Marta.

De puta pena, no veas los problemas que he tenido con la nueva versión de Blogger. No me ponía la letra que yo quería y además no me dejaba acceder a los comentarios —respondió Xavier.

—Blogger es una pesadilla. Yo me pasé a Wordpress y me va genial. Mi idea es abrir unos pocos más —comentó Marta eufórica.

¿Más? Pues vaya, lo tuyo si que es una maldición. A mí con uno me basta y me sobra respondió Luís—. Por cierto, echo en falta David, ¿sabéis dónde está?

¿No te enteraste? —dijo Tomás, riendo—. Menos blogs y más información.

¿Qué le pasó?

—¡Ha publicado una novela!

—¿Cómo? —preguntaron al unísono.

—Estaba harto de ser un zombiblogs y escribió una novela. La ha autopublicado en ebooks y no veáis las descargas que lleva —explicó Tomás.

—¡Joder! Los hay con suerte —dijo Laura.

—Ahora dice que ya no es un zombiblogs sino un zombiepub.

—Jejejeje… un zombiepub —repitió Xavier.

—Exacto. No quiere saber nada más del Maestro ni de nosotros. Ahora se reúne con los zombiipad en la tumba de Steve Jobs. ¡Menuda mierda, será cabrón! —dijo Tomás, sin poder evitar las carcajadas. 


        Contagiados, todos rieron al compás, con tanta estridencia, que hicieron temblar la tierra y revolotear a los murciélagos que se posaban en las cruces del cementerio.





lunes, 26 de octubre de 2020

Este jueves un relato: La muerte

CIERRE DE LA CONVOCATORIA

LLegó el domingo y hay que echar la persiana. Este jueves nos tocaba hablar de un tema tabú y me ha gustado mucho poder leer los distintos enfoques que le han dado los participantes. Desde la prosa a la poesía , en clave de humor, de amor o dramática, hemos dado cuenta de la visión particular  que nos han inspirado las musas y hemos enriquecido una vez más este Jueves un relato.

Gracias a todos los participantes. La semana que viene nos vemos en casa de Ceci.

¡Hasta la próxima! Nos seguimos leyendo. 

 

 

CONVOCATORIA

Con un poco de retraso os traigo el tema de este jueves. No he tenido que pensarlo mucho porque esta semana
de una u otra manera estaermos cerca de nuestros difuntos.

Podeís escoger para vuestro relato cualquier aspecto ligado a la muerte, cualquier espacio, celebración, en poesía o en prosa, dramático, de terror o de humor. En definitiva, que de algún modo nos sintamos ligados a los que hemos perdido. 

Ya sabeis, a ser posible no más de 350 palabras y dejarme el enlace en esta entrada entre el miercoles noche y el sábado mañana.

Os espero ansiosa por saber como os manejáis con este trascendente tema. 

 

PARTICIPANTES:

GINEBRA BLONDE

CAMPIRELA 

RODOLFO 

MONSERRAT SALA 

MARIA LIBERONA 

ALBANDA DOS

MOLÍ DEL CANYER 

TRACY

MARÍA JOSE 

CHARO BOLIVAR 

M

LUCÍA

GABILIANTE

ALFREDO 

MÓNICA

MAR

PEPE

MAX ESTRELLA

VOLARELA 

DEMIURGO

MUJER DE NEGRO


 

miércoles, 14 de octubre de 2020

Este jueves un relato: Cupido haciendo de las suyas

 



 

Querida Maca:

Sé que me tienes en gran aprecio desde el primer día que nos vimos en aquella apestosa tienda de animales. Te asomaste a mi jaula, me miraste y te miré, surgiendo la “química” entre nosotras. Vamos, que me enamoré perdidamente de ti.

Aún recuerdo tu cara de asombro cuando te saludé sacando mi larga lengua rosada. Justo en ese instante, me di cuenta de que el amor era recíproco.

A tu lado he crecido y engordado (mucho); sobre todo, he disfrutado con tus caricias y de la paz de un hogar. Sin embargo, desde hace unos días, he constatado que el ambiente familiar está muy revuelto. Jorge y tú andáis a la gresca un día sí y otro también. Desde mi lugar de descanso os miro, ojiplática, sin saber bien lo que ocurre y me desespero cuando escucho como os repartís los muebles, lo que significa que...

Ayer me dolió que Jorge no quisiera que te llevaras el sofá, ese que con tanto empeño tapizaste siguiendo las indicaciones de un video de Youtube y, lo peor, vi asomar lágrimas a tus ojos. Al instante, los míos se inyectaron de líquido porque la siguiente a repartir seré yo. No quiero que me separen de tu lado y, menos, irme con ese ser desaprensivo que ni me mira ni me toca y se cabrea porque dice que dejo mi camisa por cualquier lado.

Por eso he pensado que quizá te gustaría saber que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por ti, incluso proporcionarle a Jorge un abrazo tan fuerte, tan fuerte, que lo lleve directamente a la eternidad y así resolvemos el problema.

Espero tu respuesta.

 

Tu fiel pitón, que te quiere, Ka.

 

(*) Corrención y Reedición de un jueves anterior.

 

Más sobre dioses en el blog de Roxana

sábado, 10 de octubre de 2020

El nacimiento de un nuevo mundo (Día mundial de la Salud Mental)




Genaro se enamoró de aquellas gafas de cristal amarillo. El óptico lo animó a comprarlas asegurándole que cuando se las pusiera vería el mundo de forma diferente. 

Aunque escéptico, siguió las instrucciones al pie de la letra que le indicaban que debía colocárselas sólo durante pocos segundos hasta acostumbrarse. Así lo hizo. Cada vez más ansioso, aguardaba a que se produjera el tan deseado cambio. 

Un día, cuando menos lo esperaba, al mirar por sus cristales amarillos, contempló con estupor que el color de su mundo se había transfigurado. Fue hasta la ventana, el sol, amarillo como los cristales, refulgía con una extraña intensidad, iluminaba tanto que las sombras habían desaparecido. A salir al pasillo, comprobó que los rostros amarillentos de las personas con las que se cruzaba, irradiaban una alegría extrema. Hasta él, siempre miedoso, inseguro y apocado se percibía distinto, poderoso. 

Con sus nuevas gafas de cristales amarillos se sentía el rey de su nuevo universo. Entonces supo que se había producido el cambio. Él era testigo del nacimiento de un mundo diferente, justo lo que anunciaba la publicidad de aquellas lentes, con las que podría enfrentarse a todo y a todos. Decidió no quitárselas jamás.

      —¡Genaro! ¿Otra vez te has puesto las gafas amarillas? ¡Te he dicho mil veces que no te quiero con ellas en la cama que te puedes marear! Quítatelas y prepárate que el psiquiatra pasará a verte en pocos minutos.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Este juves un relato: Encuentro con mi pasado

 

 

 

 

 


 


Como cada viernes, doña Juani, la seño, nos ha mandado de tarea que hagamos una redacción. Las odio. Les tengo una manía gordísima. No me gustan nada las clases de lengua, prefiero las de historia, son mucho más divertidas. Esta vez nos ha dicho que la hagamos sobre “costumbres” y la verdad, no sé por dónde empezar porque no sé muy bien lo que significa esa palabra. Le he preguntado a mamá y me ha dicho que se trata de contar algo que haga habitualmente. Menudo lío, porque tampoco sé qué significa eso, pero como ya he preguntado mucho y mi madre cuando se cansa me pega un bufido, he decidido darle vueltas a la cabeza y esperar a que me ilumine el Espíritu Santo, que según mi abuela siempre acude a echarnos una mano, sobre todo en los exámenes y ella le ayuda poniendo lamparillas por toda la casa.

 

                                                                 

         12 de Marzo de 1965

COSTUMBRES

 

En mi casa, el domingo es un día de costumbres.

Por la mañana, muy temprano, me despierta mi madre y me viste con el traje de los domingos y sin desayunar, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia, vamos hasta la iglesia para oir la misa de las ocho. No me puedo olvidar el velo para ponérmelo encima de la cabeza ni el misal que me regalarón en mi Primera Comunión. La misa se me hace muy larga, sobre todo cuando el cura habla, pero tengo que tener cuidado de no bostezar porque si no mis padres me miran con cara de pocos amigos y mi abuela, ni te cuento. Después de comulgar, mi estómago siempre empieza a protestar y mis tripas comienzan a sonar a la vez que el cura dice: “Podéis ir en paz”.

A continuación, viene lo mejor. Nos paramos a comprar geringos en el puesto de María, una señora muy pequeñita y gruesa que lleva un delantal blanco sin machas. Con un artilugio que se pone bajo el brazo, echa la masa en el aceite para hacer las ruedas de geringos. Nos los da ensartados en un junco y están riquísimos.

Luego me quedo en la calle con mis amigas y lo pasamos muy bien jugando a pillar, a policía y ladrón, a la tanga y también saltando a la comba y a la goma.

Como es domingo, siempre comemos arroz con pollo. A mí no me hace mucho tilín, sobre todo el muslo, que cuando le quitas la carne del hueso está como ensangrentada. Encima no puedo ni protestar porque enseguida me dicen que debo dar gracias a Dios por poder comer, que hay muchos chinitos y negritos en el mundo que no tienen nada que llevarse a la boca. Yo, a esos niños de otros paises, los conozco por las huchas que las monjas nos dan el día de Domund para que pidamos limosna por ellos. Siempre me toca el chinito, con su bonito y brillante sombrero amarillo y cuando me lo imagino muerto de hambre me da mucha pena. Ahora se por qué siempre tiene esa cara tan seria.

Por la tarde mi padre se va al futbol y yo espero ansiosa a que regrese. Me siento en el escalón del portal y cuando lo veo torcer la esquina miro sus manos. Si de ellas cuelga un paquetito, es que su equipo ha ganado y entonces podremos saborear las milhojas, los bizcochos borrachos o los cortadillos de cabello de ángel que ha comprado en la pastelería. Si viene con las manos en los bolsillos y la cara enfurruñada, es que ha perdido su equipo. Nos quedamos sin pasteles

Así son mis domingos y como el hombre es un animal de costumbres, según dice mi madre, ya me puedo ir acostumbrando, porque me esperan muchos domingos como este.

FIN

Más encuentros con el pasado en el blog de Mag

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Este jueves un relato: Monstruos


 

Rosaura nació marcada por una caprichosa mancha violácea que cubría la mitad de su cara y abultaba sus labios hasta hacerlos irreconocibles. No se sintió distinta hasta que un día en el patio del colegio los compañeros entonaron el grito de: ¡Rosaura es un monstruo! ¡Rosaura es un monstruo!

Monstruo, monstruo… Persona muy fea que causa espanto. Dolorosas palabras que resonaban en su cabeza sin poder acallarlas. Sin hallar consuelo, corrió a su casa y buscó refugio en las faldas de su madre. Esta la abrazó y entre arrullos y caricias, secó sus lágrimas y calmó sus miedos cuando le susurró, con su dulce voz, que era preciosa. Además, la mancha la hacía única y especial, en el pueblo no existía nadie como ella. 

Entre risas y miradas, descaradas unas y esquivas otras, transcurrió su juventud. Recién cumplidos los veinte emprendió la huída hacia la gran ciudad. Deseaba perderse en la maraña de sus calles y avenidas, ocultarse entre la multitud para pasar desapercibida, para dejar de ser un monstruo. Durante un tiempo vagabundeó sin encontrar lo que buscaba. Allí le ocurría como en su pueblo, las burlas y las carcajadas no cesaban. Desesperada, Rosaura se dejó engullir por la gran urbe para terminar cautiva de la anestesia que las drogas ejercían sobre su intenso dolor y esclava de la amnesia que el alcohol le producía hasta olvidarse de su terrible fealdad.

Una noche de invierno gélida y lluviosa, aceptó una dosis que, un extraño con el que se cruzó, le regaló. Al poco, se sumió en un estado de inconsciencia del que no despertó.

Tumbada en la fría mesa de acero, del instituto anatómico forense, le llegó su turno.

—¡Dios mío! Si no me equivoco es la tercera víctima de esta semana que tiene una malformación en la cara y que muere por sobredosis. Demasiada coincidencia —dijo el forense—. Esto puede ser obra de un asesino en serie.

—En efecto, la obra de un monstruo —sentenció la ayudante, mirando con ternura el cadaver de Rosaura. 

 

Más monstruos en el blog Neogéminis

jueves, 3 de septiembre de 2020

Este jueves un relato: Queridos Profes

 

El sol cae como una pelota y luna hace su tímida aparición entre las espesas nubes. La clase, iluminada durante el día por las sonrisas infantiles se llena de sombras. El olor a chicle de fresa es sustituido por un enrarecido ambiente en el que predomina el olor a ventana cerrada, polvo de tiza y niño cansado.

El abecedario, que con tanto primor había escrito la maestra a principio de curso, permanece en la pizarra. Al dar las doce el reloj del campanario las letras del abecedario se agitan en convulsos movimientos hasta que caen al suelo como si fueran copos de nieve. Tras unos instantes de perplejidad, se oye la voz chillona y firme de la panzuda b que se ha atribuido el mando, por aquello de que es la primera consonante.

—¡Firmes! Las vocales a un lado y las consonantes a otro. Dos filas y marchando a buen ritmo —ordena.

Las vocales, dispuestas siempre, acatan la orden con celeridad; las consonantes no tanto. Discuten entre ellas y remolonean, no les gusta que les manden y, menos, una igual. Al final, consienten, e inician el desfile, ante la sorprendida o y la risueña u, que las mira con descaro.

La l y la ll, espigadas y orgullosas; la n, andando rápido para pillar a la m; la q, que renquea de una pierna, se apoya en la p que cojea de la contraría, formando un buen tándem y la s se contonea como una chica con tacones altos.

Una tras otra enfilan hacia el tercer pupitre de la derecha, ahí es el lugar de encuentro, el cuaderno de Mateo. Cuando llegan, cada una de ellas realiza su cometido. Primero se mezclan, luego se agrupan en palabras y a la orden de: ¡Ya!, todas comienzan a  dejar su impronta ayudadas por el mordisqueado lápiz, su fiel amigo.

Antes de que sol aparezca, el trabajo está realizado y las letras regresan a su lugar de descanso. Esto lo hacen siempre que hay alguna tarea para realizar en casa.

Mateo no puede llevarse el cuaderno. Cuando su padre llega de la taberna, harto de vino, siempre la toma con él. Si, además, lo ve haciendo tareas lo llama sabiondo y se ríe de él. En más de una ocasión, cuando lo ha visto estudiando le ha roto los libros y el cuaderno. Desde entonces prefiere dejar todo en la clase.

A las nueve de la mañana la algarabía vuelve a colmar el aula. Mateo corre nervioso hasta su pupitre, lo abre y mira el cuaderno. Allí está, la tarea hecha. Sonríe y da gracias a Dios. No sabe cómo ocurre, debe ser cosa de los ángeles o de algún duende que lo cuida.

Las palabras de Rosa, su profesora, lo sacan de su ensimismamiento.

—¡Venga, niños! Vamos a ver las tareas que os mandé ayer.

Mateo obedece.

—Muy bien, Mateo, tienes una letra preciosa —le dice Rosa cuando pasa a su lado mientras le guiña un ojo.

—Se parece mucho a la de usted, profesora —susurra, Dani, el compañero de pupitre de Mateo.

—Que va, esta es menos redonda —dice Rosa, negando con la cabeza mientras se dirige al final de la clase

Mateo se queda pensando en las palabras de Dani, pero cuando mira hacia la pizarra ve cómo la ñ se quita el sombrerito y lo saluda. Entonces, sacude la cabeza, cierra los ojos y los vuelve a abrir. No es la ñ, es Rosa la que lo mira fijamente mientras habla y la que lo premia con una enorme sonrisa.

        El niño coge el lápiz y comienza a escribir, es tan feliz en el colegio que se le olvida todo. Aún quedan muchas horas hasta regresar a casa.
 
Más historias en el blog de Dorotea 

jueves, 13 de agosto de 2020

Este jueves un relato: Un objeto que siempre me acompaña

 

Ejemplar de Astraea rugosa con la orejita de mar publicado en alboranshells.com

Nunca había oído que las orejas trajeran suerte. De hecho, de ser así, todos los humanos vendríamos desde nuestro nacimiento con doble suerte y, desde luego, ese aserto no se cumple o por lo menos pocas veces. 

Estaba en la orilla del mar, tendría unos siete u ocho años y estaba atenta a unas señoras que no hacían nada más que mirar el ir y venir del agua mientras hablaban de las orejas.

En un momento, mi curiosidad creció tanto que se convirtió en en una necesidad imperiosa de saber y que no podía parar. Vencí mi timidez y me acerque a ellas. Les pregunté por qué hablaban tanto de la orejas mientras miraban hacia abajo cuando todos tenemos las orejas a los lados de la cara; o sea, que con mirar de frente tenían bastante.

Muy sorprendidas ante lo que les decía, se echaron a reír con ganas y yo pensé que ojalá me tragara la tierra,  la arena, o lo que fuera. Para qué tendría que haberme metido en nada. 

Una de ellas que me vio muy azorada, se me acercó, me abrió el puño que mantenía cerrado y me enseñó lo más bonito que  había visto en mi vida.

—Esto, pequeña, es una orejita de mar aunque en otros lugares le llaman ojo de Santa Lucia. Por aquí, les decimos habitas.

Lo que me enseñaba era una preciosidad; por supuesto, no era una oreja de carne y hueso, si no una conchita de color anaranjado y con forma de orejita. Al verla comprendí que las buscaran con tanto interés.

—Encontrar una habita —continuó la señora—, trae mucha suerte. Si encuentras una, tenla siempre a tu lado porque así no necesitarás nada. La gente las usa también para hacerse joyas: pensientes, sortijas, de amuletoo... Además, proteje del mal de ojo.

Yo no sabía que era eso del mal de ojo, pero me gustaría tener unas de esas habitas u orejitas para que me protegiese de lo que fuera y si además era bonita podría hacerme un colgante.

Busqué con ahínco hasta que dí con mi primera habíta. Cerré la mano con fuerza para que no se escapara en la búsqueda de más piezas y cuando terminamos, la otra señora me confesó que ella siempre la guardaba en el monedero porque andaba mal del dinero. 

Yo, que ya penaba de amor, por no haber sido la elegida del chico de la pandilla que me gustaba, decidí llevarla muy cerca del corazón; a lo mejor, de esa manera no se resquebrajaba tanto y la tranqilidad y la dulzura volvia a a mi vida.

Desde entonces se ha convertdio en una tradición buscar la orejta nada más llegar a la playa. Forman parte de mi vida, las tengo por todos los sitios y lugares más insospechados y las llevo siempre conmigo.

Este año vine decidida a encontrar mis habitas del año que paliaran en parte todo lo que llevamos sufrido y lo que nos queda. Sin embargo, aún no he encontrado ninguna y no hago más que dar vueltas a ese asunto. 

Puede que la naturaleza esté tan enfadada con nosotros que ni siquiera nos ofrezca este medio de consuelo supersticioso que nos alivie. Las orejitas han desaparecido y la magia con ellas. ¿Y qué es un mundo sin magia? Una cruda y dura realidad. 

No desespero y como aún me quedan días, seguiré en la orilla, donde termina la ola, mirando hacia abajo entre las piedrecitas hasta que vea su color carterístico. Claro que esta vez tendrá que ser con la mascarilla puesta. Cosas de la nueva normalidad. 

*la orejita es el opérculo que tapa la concha y que se desprende cuando muere o cuando se hace grande.

lunes, 3 de agosto de 2020

Cuando la llamaste Claudia




No sabría situar la fecha exacta pero creo que no me equivoco mucho si digo que fue hacia finales de 2014 cuando la escritora Mayte Esteban me habló de si conocía a otra escritora cordobesa llamada Pilar Muñoz. Le dije que no y ella sirvió de enlace para que nos hiciéramos amigas en Facebook y, desde entonces, surgiera entre nosotras una amistad virtal que luego se convirtió en personal. Han pasado muchos años y las tres hemos ido creciendo en edad, en amistad, en madurez literaria y en un nuestra forma de escribir. Nos autodenominamos las tres brujas: la rosa, la roja y la blanca (alguna que otra historia brujeril hemos tenido en el ambiente en que nos movemos) y nos apoyamos continuamente en todos los ámbitos de nuestra vida.

Sirva esta introducción para plantear el porqué estoy aquí para hablaros de la novela titulada Cuando la llamaste Claudia que Pilar Muñoz publica hoy mismo y que puedes encontrar en Amazon en formato digital y en papel. En realidad, daría igual esta que las dos anteriores (Un café a las seis y Aquello que fuimos) porque en todas ellas he estado mano a mano con la autora durante el proceso de su creación.

Cuando la llamaste Claudia tiene una larga historia detrás que Pilar publicó en su blog. Te recomiendo que la leas porque a veces adentrarse en las circunstacias personales te revela mucho de lo que luego vas a encontrar en lo escrito. Y como antes te decía, he tenido la suerte de haber vivido gran parte de ella por lo que puedo asegurarte que ha merecido la pena el tiempo empleado por la autora hasta conseguir lo que deseaba ofrecer a su público.

En esta novela vamos a encontrar una historia potente con la que se conecta desde la primera página. Una historia con numerosos matices emocionales, finamente tejidos, consiguiendo un bello encaje de sensaciones. Una historia con personajes reales, de nuestros días, con vicisitudes reales, posibles, que hará que tu acercamiento a ellos sea de igual a igual favoreciendo la identificación y el sobrecogimiento. Una historia narrada de manera directa que te hará enfrentarte cara a cara con la veracidad de unas decisiones tomadas y el afrontamiento de las consecuencias. Una historia entrañable, tierna y muy especial, como dice su autora, que te recomiendo encarecidamente que leas porque no te va a dejar indiferente.

Desde aquí felicito a Pilar y también le deseo la mejor de las suertes a esta excelente novela. Estoy segura de que su recorrido será largo. Se merece llegar a las manos de muchos lectores porque de esa manera verá reconocido y recompensado el esfuerzo por crear una obra de gran calidad.

Te quiero, brujita roja.

jueves, 23 de julio de 2020

Este jueves un relato: En un lugar recóndito


 

Llevaban treinta años sin saber el uno del otro. Cuando rompieron su noviazgo, por culpa de la lucha infernal que mantenían sus dos familias, cada uno se fue por su lado.

El reencuentro tuvo lugar en el velatorio de la madre de Carmen, la última en morir. Fernando consideró que era una buena oportunidad para acercarse a ella y la aprovechó. Un matrimonio desecho, un hijo que se había puesto del lado de la madre y un trabajo inexistente lo envalentonaron lo suficiente para llevarlo a cabo.

Carmen se alegró mucho al verlo, aunque lo notó cambiado; pensó si será debido al paso de los años que estropea los cuerpos, llena de arrugas los rostros y encanece el pelo. 

Él le explicó las cuitas de su vida y ella le contó que se había quedado soltera y en casa para cuidar de sus padres.

 Copa tras copa sus lenguas se desataron rememorando una adolescencia idolatrada porque fue cercenada, impidiendo que su amor se desarrollara tal y como habían fantaseado. 

Carmen lo llevó hasta aquel recóndito lugar en el que se escondían de los demás. Aún estaban las sillas de plástico en las que se sentaban a imaginar cómo sería su futuro. El bosque se detuvo cuando los sintió allí. Nada se escuchaba, solo sus corazones acelerados a pesar de los años transcurridos.

-Carmen, quiero enseñarte algo.

Ella, expectante, lo vio sacar de la cartera el DNI. Se lo enseñó. 

-Pero, ¿qué es esto?, aquí pone Penélope Ruíz García.

-Esa soy yo ahora. No quería presentarme como “ella” en el funeral de tu madre pero sí que tú lo supieras. Por esto dejé a mi esposa y perdí a mi hijo. 

-Y qué quieres que haga yo. 

-Yo te amo. Nunca te he olvidado.

-Ni yo a ti, Fernando.

-¿Entonces?

-Esto es muy fuerte, complicado, tendríamos que huir. Aunque ahora ya no tengo nada que me ate aquí, nunca te aceptarían y... dime, te has operado. 

-Aún no. Quiero estar muy seguro antes, luego no se puede echar marcha atrás. No sé. Nuestro amor era verdadero, Carmen, fueron ellos los que no nos permitieron ser felices y no creo que importe qué sea yo ahora para que se nos devuelva el tiempo pasado.

-Son muchos años y qué quieres que te diga, Fernando, importa, claro qué importa, lo de llamarte Penélope lo veo difícil, pero si dices que aún no te has operado... 

Entrelazaron sus manos. Callados, miraban el bosque y reflexionaban. Fernando sobre su buena suerte de encontrar a  Carmen, estaba seguro de que lo apoyaría en todo, y Carmen sobre el modo de convencerlo para que no se operara. De ninguna manera quería una Penélope sino un pene, el suyo, el de Fernando, que tantos años había anhelado y por nada del mundo lo volvería a perder.

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sábado, 18 de julio de 2020

El origen de Aquella vez en Berlín






En casi todas las entrevistas o encuentros que tengo con los lectores me preguntan sobre el origen de Aquella vez en Berlín. He pensado que esta carta que escribí en febrero de 2020 dirigida  a los lectores que iban a recibir la novela en sus casas enviada desde la editorial podría arrojar luz sobre el largo proceso que conlleva la gestación de una novela, sea cual sea, y cómo muchas veces se alimenta de conexiones significativas mediante las que se va forjando la trama. Así fue para esta novela. Espero que si la has leído te ayude a comprender mi intención cuando la escribí y si aún no lo has hecho te decidas a leerla y a formar parte de este universo de relaciones.

 

 

 

Córdoba, 10 de febrero de 2020

 

Querido/a lector/a:

¿Has sentido alguna vez, al leer un libro, que este ha dado respuestas a cuestio­nes que llevabas tiempo planteándote? ¿Alguna vez has pensado en alguien y de pronto has recibido una llamada o un mensaje de esa persona? ¿Cuántas veces has visto o ha sucedido algo en tu entorno y has sentido que era una señal para ti?

Eso nos sucede a todos a menudo, seamos conscientes o no, y solemos llamarlo «casualidad». Pero no es así. Se trata de un fenómeno enigmático y sorprendente, lo que C. Jung llamó «sincronicidad» y que sustenta la trama de la novela que acabas de recibir.

Hace casi ocho años comenzaron a producirse una serie de coincidencias que desembocaron en lo que hoy es Aquella vez en Berlín. Es la intrahistoria de esta novela; algo que solo yo sé y que, al compartirla contigo, te hago cómplice de esta red de conexiones.

En el año 2012 viajé a Londres, donde mi hija hacía una estancia como médico residente. En uno de sus parques, Prinrose Hill, me llamó la atención que en algunos bancos de madera había colocadas unas placas con mensajes personales grabados sobre el metal. Casi se convirtió en una obsesión, ir buscando esas placas en cada uno de los bancos de la ciudad. De todas ellas, la que más me llegó fue la de un hombre que declaraba su amor eterno a su esposa, que había fallecido muchos años antes, demasiado joven. Por supuesto, visitamos la Casa Museo de Freud, y no pude dejar de hacer fotos mentales de la bonita casa de apariencia victoriana de la acera de enfrente.

Ya en Córdoba, y con el mensaje de la placa todavía en mi cabeza, escribí un microrrelato en el que me centré en lo que le podía haber sucedido a ese hombre, al que llamé Richard, tras la muerte de su esposa. Fueron veinte líneas en las que trazaba un encuentro con otra mujer, Marie, a la que esperaba ansioso en una habitación de hotel. Y ahí quedó. Durante los siguientes años me dediqué a escribir sobre el mal, embarcada en mi trilogía, y sin volver a pensar en nada de todo esto.

Cuatro años más tarde, en junio de 2016, abrí, como todas las mañanas, el e-mail que me envía Amazon ofreciéndome libros y me encontré con uno titulado Solos en Londres, de un autor que no conocía. Inexplicablemente para mí, en lugar de enviarlo a la papelera, leí la sinopsis y, sin saber por qué, me sentí atraída por algo de lo que nunca había oído hablar: la Generación Windrush. Leí ese libro y me documenté tanto como pude sobre los caribeños que llegaron al Reino Unido para reconstruirlo tras la Segunda Guerra Mundial y, conforme avanzaba, iba perfilando el personaje de Thomas. Así, la trama de Aquella vez en Berlín empezó a cobrar forma, tejiéndose en torno a una invisible red de relaciones entre los distintos protagonistas, entre el presente y el pasado, rescatados mediante flashbacks para poder llegar a conocerlos a fondo. En agosto me fui de vacaciones, con la estructura de la novela más o menos terminada y deseando ponerme a escribir. Una tarde, al salir de la playa, me fijé en el cartel de un bar que debía haber visto cientos de veces, pero que aquel día parecía que estaba allí para mí, The hole in the wall. Mi mente lo relacionó rápidamente con algo que me acababan de contar y de ahí surgió Lisa y su historia. Cuando al fin me puse a trabajar en la novela, no podía creer que todo fuera producto de la casualidad. Porque no lo era. No podía serlo.

Estos cuatro personajes, Richard, Marie, Thomas y Lisa, que llevaban conmigo casi cinco años, sus recuerdos, sus emociones, sus secretos, sus mentiras, sus pasiones desbordantes y silenciadas, todo lo bueno y lo malo de sus vidas empezaba a tomar forma y se entrelazaba con las señales que me había ido encontrando en lugares tan distantes y de formas tan pretendidamente aleatorias, dando sustento a Aquella vez en Berlín. Años de esfuerzo hasta conseguir lo que ahora tienes entre tus manos: una novela intimista, desgarradora en algunos momentos, pero entrañable y que espero que te llegue al alma y el corazón, porque de ahí es de dónde ha surgido.

Y así, mi querido lector, se gestó esta novela, producto de la simultaneidad de unos sucesos vinculados que solo tenían sentido para mí. Y que espero que, de algún modo, también lo tengan para ti. Que algo de ellos resuene en tu alma porque, al fin y al cabo, eso es que lo daría sentido a mi escritura.

Las casualidades no existen. Que tú decidieras hacer los clics necesarios para recibir la novela, y que ahora estés leyendo esta carta tampoco lo es. Estaba predestinado que tú y yo nos encontráramos con un propósito común y eso solo puede ser el fruto de la sincronicidad. ;)

Un saludo muy afectuoso y sigue atento a las señales.

María José Moreno

 

PD: Quizá la sincronicidad siga jugando con nosotros y nuestra próxima conexión sea en persona y para dedicarte esta novela.

 

FATAL EQUIVOCACIÓN

La batalla de las Navas de Tolosa. Horace Vernet (Siglo XIX)           La mañana del lunes 16 de julio de 1212 amanecía fr...