FUSIÓN DE BIOLOGÍA Y TÉCNICA ROBÓTICA
Del diario de un superviviente
Cuando la explosión termonuclear aniquiló la tierra, sólo
nos salvamos diez hombres que nos encontrábamos reunidos en el sótano de la
casa de Pepe para ver un partido de futbol. Sería por el año…, ya ni me
acuerdo; la memoria me juega malas pasadas. Tras lo confuso de los primeros
momentos, el sabernos dioses y señores de toda la tierra supuso un gran impulso
para nuestro ego masculino, que de una vez por todas dejaría de luchar contra
el llamado sexo débil, que tomaba el poder a lomos de gigante. Nos organizamos
muy bien, y como entre nosotros se hallaban mentes muy preclaras en diversos
campos: medicina, física, ingeniería, cocina, arquitectura, diseño…, dimos un
giro a esa humanidad que ya no tenía razón de existir por una nueva cuyos
ideales se concretaban, por no extenderme, en la ayuda altruista encaminada a
un bien general. Necesitábamos, eso sí, manos para esa ayuda y creamos la
primera serie de robots, un poco rudimentarios, pero que cumplieron de maravilla
su cometido y de los que se generaron una nueva serie más perfeccionada para
los trabajos finos. La vida continuaba y todos éramos felices o, por lo menos, eso decíamos.
Las leyes las dictaba un parlamento democrático con
composición paritaria entre humanos y robots, y presidencia alternante. En una
de las sesiones, el médico presentó un proyecto de ley que le llamó Generatriz.
Intuyendo que nuestra vejez y consecutiva muerte estaba cerca, se había diseñado
una máquina generatriz, que hacía las veces de útero, con el fin de tener
descendencia humana. Tras un largo debate se aprobó, siempre y cuando se
engendraran exclusivamente fetos masculinos. Los robots no entendían nada de
aquel asunto y no pusieron inconvenientes. Gracias a esa máquina, nos seguimos
perpetuando…
Año 333 de la nueva Era, tras la explosión.
—Pues sabes lo que te digo, que yo a esto de la maquina
generatriz no le veo el chiste. Es verdad que algo más que la mano te desahoga,
pero a costa de engendrar un hijo que luego tienes que aguantar, alimentar,
vestir, educar..., y, además, sólo se te permiten tres desahogos en toda la vida.
—Es para no superpoblar el planeta, ya lo sabes.
—Lo sé. Pero no me niegues que estamos en precario.
—Para los robots es mucho mejor. No necesitan nada. Un
poco de aceite y ya está. Sin problemas existenciales.
—Pues el otro día me dijo Teurión, que en un
catálogo prohibido había visto una robot.
—¡Anda ya! Eso no existe.
—Que sí. Están prohibidas, pero las hay. Yo me he hecho
con la dirección y he pedido una por correo. Son muy discretos, dice
Teurión, la escondes bien en tu casa para que nadie la vea y ya está.
—O sea que en lugar de follar con la máquina generatriz
lo vas a hacer con una robot.
—Que no. Que no son como los que tú conoces. Han imitado
a las mujeres de antes de la explosión.
—¿Cómo?
—A partir de unas imágenes de un libro que encontraron en
un yacimiento arqueológico. Y según dicen, están programadas nada más que para
eso, para follar. No saben hacer otra cosa, solo gimen, ni siquiera hablan.
Tres meses después.
—¡Cuanto tiempo sin verte! ¿Te llegó el encargo ese del
que hablamos?
—Por supuesto, ni te lo imaginas. Una maravilla, con una
piel que parece enteramente natural, unos labios carnosos, unos pechos con
pezones turgentes y un…
—¡Calla, que me estás poniendo a cien! Entonces, serás el
hombre más feliz en la tierra.
—Lo era, ya no.
—¡Qué me dices!
—Pues no sé, querido amigo, últimamente cada vez que
me acerco a ella me dice que le duele la cabeza y cierra las piernas y no hay
manera de abrírselas.
—¿Y cómo puede ser eso? ¿No decías que no hablaba? Tendrá
algún chip defectuoso, con cambiarlo tienes bastante.
—Eso decían en las características técnicas. Por
lo visto a todas les está ocurriendo lo mismo. Cuando la han explorado en el
taller de reparación, no le han encontrado nada extraño ni ningún tornillo fuera de su sitio.
—Pues ya es mala pata. Ya te digo, ¡qué contrariedad!
—Lo peor no es eso.
—¿Hay más?
—Desde hace unos días no hace más que decir: “cuando
vayas al váter a orinar no olvides levantar la tapa”.
—¿Qué? Eso sí que es extraño. No sabía que el váter
tuviera tapa.
—Ni yo. No sé qué hacer. Voy a ponerme en contacto con
la fábrica a ver qué me dicen.
—Que te vaya bien, ya me cuentas.
Muchos años después...
Del diario de un humano superviviente
No sé cómo ha ocurrido, pero están por todas partes.
Nos mandan, nos dominan esas máquinas infernales de hacer sexo. Por algo
estaban prohibidas.
Las robots se han hecho con el poder y han instaurado una
nueva Era. Los pocos supervivientes nos ocultamos para no ser sus víctimas.
¡Dios mío! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! Han descubierto mi escondite,
vienen a por miiiiiiiiiiiiiiiiii.
* Perdonad la extensión.